Cuentos » El sueño de Luis (Dedicado a Luis Weinstein) - María Alejandra Vidal Bracho

Última actualización: 15/02/2017

EL SUEÑO DE LUIS

(Dedicado a Luis Weinstein)

Autora: María Alejandra Vidal Bracho

 

Quería dormir temprano esa noche de Domingo. Ese era el plan, pero primero desfilaron ante mis ojos varios escritores famosos y muertos hace ya varios siglos atrás.  No es que haya tenido una visión espiritual, ni mucho menos. Vi un programa en la televisión dedicado al Rincón de los Poetas en  la Abadía de Westminster.  He pensado que quizás fue eso, lo que influyó en la maravillosa experiencia que viví después. Estaba a punto de dormir cuando, desde un portalápices,  un lápiz, me llamó por mi nombre y, me pidió que lo tomara.  No di crédito a lo que sucedía, obviamente, los lápices, no hablan.  Pero éste, sí.  Como cualquier ser, medianamente normal, me asusté.  Mi primera reacción, después de encender la luz, fue creer que alucinaba o me consumía la fiebre. Finalmente pensé que, de seguro, estaba soñando y decidí, que me uniría dócilmente al juego.  Fui obediente; lo tomé con cuidado y le pregunté, qué ocurría.  Me dijo: “tú y yo tenemos que trabajar juntos.  Debemos entregar un importante mensaje y para ello he citado a las palabras a una asamblea urgente.  Llegarán, más o menos, dentro de quince minutos.  Les he pedido que sean puntuales, no estamos para perder el tiempo”. “¿Estás seguro?” le pregunté, con la esperanza de que me dijera que no y él volviera al portalápices y yo a mi cama, para  intentar dormir nuevamente. “Por supuesto que lo estoy” —me dijo—.  “Mis antepasados, de igual manera, siempre estaban seguros de lo que hacían, haya sido para bien o para mal.  Los escritores que acabas de ver, en la televisión, junto a sus obras, participaron en este mismo tipo de reuniones, años atrás.  Ahora vamos a buscar papel, encender la lámpara del escritorio y nos sentaremos a esperar, para dar inicio a este encuentro.  También sería conveniente  que fueras a la cocina y trajeras café y agua caliente en un termo”.  “¿Tanto vamos a demorar?”—pregunté incrédulo— “No lo sé”—contestó—, “debemos tomar acuerdos, diseñar un estilo, elegir la forma de entregar el contenido y… a veces, las palabras no se ponen de acuerdo con facilidad”. Acaté en todo: busqué café, agua, papel, ordené cada cosa y junto al lápiz, esperé.  Efectivamente, una a una, comenzaron a llegar las palabras, ataviadas de ánimos muy dispares.  Algunas efusivas, otras calmadas, otras realmente, desagradables e incluso beligerantes, intentando avasallar.  El lápiz, armado de un valor sin par, intentaba poner: “orden en la sala”. 

La primera en pedir la palabra (valga aquí la redundancia) fue INTERÉS y dijo: “me gustaría saber ¿en qué me beneficia a mí participar en esta reunión?  “Por favor”— dijo PACIENCIA— “espera un poco”. “Tengo derecho a preguntar”— replicó INTERÉS—, “me gusta saber, con anticipación, qué conseguiré; si me conviene o no, porque si no es así, simplemente regreso al lado invisible y espero por otra oportunidad”.  “Por qué te expresas así” —dijo OPORTUNIDAD—“yo siempre estoy y procuro llegar a todos. Es verdad, que me gusta, un poco, bromear y suelo andar disfrazada, pero quien me busca, me encuentra”.  De pronto, hizo su ingreso INTELIGENCIA.  Con un gesto majestuoso saludó a todos y se ubicó atrás.  El lápiz entonces decidió intervenir: “Les pido silencio.  Tengan la bondad de mantener el orden: INTERÉS, por favor, espere.  La sesión recién comienza.  Pero quiero invitar a pasar adelante a INTELIGENCIA.  Creo que es importante que me ayude a liderar este encuentro.  De otro modo, esto podría ir por un rumbo equivocado”. 

“Ante todo”—dijo el lápiz—“ustedes deben recordar que son sólo representantes de diferentes estados y emociones; de cosas, de lugares, de sueños, penas y anhelos, etc. Aquí no existen las más y menos importantes.  Todas constituyen una potencia, muy grande, que construye o destruye según lo decida el escritor, el hablante o el pensador.  Por eso le he pedido a INTELIGENCIA, que me acompañe. Hemos de deliberar, esta noche, acerca de las fuerzas que se desatan a través de ustedes.  Primero formaremos un comité de concordia y reconstrucción.  Para ello pido que, por favor, se acerquen también las siguientes palabras: AMOR, PERDÓN y SABIDURÍA”.  Ellas se adelantaron.

No tengo forma para describir lo bellas, mayestáticas y apacibles, que lucían estas palabras.  Vestían, unos lindos trajes llenos de color y zapatos brillantes.  Con una sonrisa inalterable, emanaban luz. Sus hermanas  ODIO, RENCOR e IGNORANCIA, fingían ignorarlas. El lápiz me pidió que tomara nota de los acuerdos y que guardara en mi corazón, a modo de impresión, todo lo que viera y escuchara; lo que en este caso, resultó ser un gusto.

Yo no podía creer lo que observaba. Las palabras pestañeaban, se miraban, algunas sonreían, otras murmuraban; estaban muy desordenas, se movían discordes.  Las más hurañas se molestaban por cualquier cosa y las retozonas, con ojitos simpáticos observaban todo.  Antes, nunca imaginé el mundo maravilloso oculto de las palabras.  Algunas se colgaban de las cortinas, otras se escondían debajo de la alfombra, de la cama, se perseguían, saltaban.  Las más tranquilas, las conjunciones, se remojaban los pies en el agua del florero y las irreverentes interjecciones, hacían bromas intentando animar a las más tristes y contaban chistes a las más entusiastas.  La verdad, es que yo no sabía qué hacer.  Porque se suponía que nos habíamos reunido para  crear algo, pero hasta el momento, esto era sólo una fiesta, un gran jolgorio.  Algunas me hacían cosquillas y me daba mucha risa, pero las de tono negativo, me deprimían y sólo incrementaban mis deseos de despertar. Comencé a sentirme observado, sentí que esperaban algo de mí. El lápiz se había tomado un descanso y dormía sobre la mesa, junto al papel.  INTELIGENCIA con gran parsimonia y un aire magisterial, contemplaba junto a mí este singular momento.  Inesperadamente  me habló: “¿te das cuenta?”—me dijo—“¿cuenta de qué?”— contesté.  Ahora, temiendo que el sueño se había vuelto pesadilla o que mi salud mental había sufrido, un aún más grave quebranto. “¿Te das cuenta, lo inofensivas que son todas ellas? Si son tiernas o mañosas, extensas o breves, da lo mismo.  Cuando alguien las utiliza, es que cobran fuerza.  En realidad ni siquiera existen.  Así como a ti te nombraron Luis, pero Luis no eres tú.  Tú eres, lo que eres, y estás atado a un nombre debido al compromiso y al quehacer que has desempeñado en este plano de la vida y tampoco al mismo quehacer sino al cómo lo has realizado.  Eso da un tinte que te distingue y entonces se dice que: Luis es honesto o simpático, dormilón o un “pesado”  o lo que sea.  Pero Luis es sólo la denominación de un bulto pequeño de energía que se mueve en un circuito energético más grande. La palabra gato, no es el gato.  Por cierto, gato es la idea de gato que abarca a todos los gatos del mundo y a la vez a ninguno.  Ahora hemos caído en otro concepto. El Mundo de las Ideas.  Luis tú fuiste una idea; ahora, se sospecha, que eres real.  Pero ¿qué tan real eres? Habitas en un Universo que no empieza, ni termina y ocupas un tramo en el tiempo, que tampoco empieza ni termina. Cada aliento tuyo, se da en el ahora eterno y si siempre es ahora, quiere decir que lo que provoca la ilusión de que el tiempo transcurre, es en realidad el cambio.  Has ido cambiando, te volviste más alto, aprendiste más cosas, te hiciste experto en algunas.  Otros seres, que habían llegado antes que tú, llenaron tu mente y tu espíritu de conceptos limitantes como: credo, nacionalidad, idolatrías,etc.  Has utilizado palabras para nombrar, comprar, pedir, enjuiciar y amar…y cuando algo se ha tornado muy difícil, has dicho: “no hay palabras para expresar” y, en ese momento, las mismas palabras se han puesto al servicio para enunciar lo que, en forma de idea, se suponía inefable”.

Mientras INTELIGENCIA, me bombardeaba con este discurso, las palabras AMOR, PERDÓN Y SABIDURÍA, conversaban con sus hermanas ODIO, RENCOR e IGNORANCIA.  Me llamó poderosamente la atención, ver como después de unos minutos, ODIO comenzó a sonreír.  Tenía una sonrisa preciosa, la entonación de su voz se había vuelto amable y su tono de piel había palidecido llegando a un rosa, muy sentador.   Porque cuando ODIO llegó a la reunión  traía un color más que rojo en las mejillas y hablaba con una voz de trueno, que asustaba a cualquiera. Estoy seguro de que AMOR, no tenía intenciones de provocar algún cambio en su hermana, pero queriéndolo o no, yo fui testigo de cómo la interacción entre ellas logró apaciguarla.  Otro tanto ocurría con el balsámico PERDÓN sobre  RENCOR y los maravillosos estragos que provocaba  SABIDURÍA en IGNORANCIA. 

INTELELIGENCIA, me habló nuevamente: “míralas…todas son bellas.  En su esencia, se sostienen unas a las otras.  Unas no viven sin la existencia de las otras.  Son un complemento, un todo.  Qué haría el ODIO sin el AMOR, o la SABIDURÍA sin la IGNORANCIA, el PERDÓN sin el RENCOR.  Sólo por nombrar algunas.  La lista es muy larga. Siempre se crea un Dios bueno y un Demonio a la vez.  Una víctima y un verdugo.  La humanidad vive en los antónimos.  Sin la noche no existe el día, sin la guerra, no existe la paz”.  “Qué esperan de mí”—dije finalmente—“lo que tú decidas” —me contestó y luego argumentó lo siguiente: “lo que hagas está bien. Lo que decidas está bien.  Porque siempre serás parte del todo.  Con los materiales que entrega la vida, materiales que en estos momentos están representados en esta desordenada tertulia de palabras, es que: como cualquier creador puedes dar rienda suelta a tu talento.  Todos lo hacen, conscientes o no de ello, pero todos construyen.  Depende de ti”.  “Depende de mí”—pensé— vaya compromiso en el que estoy envuelto. Decidí quedarme tranquilo.  Por un momento, intenté sólo respirar y no pensar.  Les digo que no es muy fácil, porque muchas ideas peleaban por el protagonismo dentro de mi ser.

“Qué es lo que se decide esta noche” — pregunté radicalmente a todas —.  Las palabras me observaron, con infinita dulzura, y se fueron ubicando una después de la otra, de acuerdo a las órdenes que les entregaba INTELIGENCIA y AMOR.  Por lo visto,  eran las más importantes, las más sabias.  Las demás estaban muy complacidas bajo la supervisión de ellas.  El mensaje que escribieron fue el siguiente: “Somos y no somos, porque de tu intención dependen los resultados.  Por medio de nosotras se firman acuerdos de paz o se declaran las guerras.  Algunas, al ser citadas, en un momento inconveniente, podemos llegar a ser altamente peligrosas; o convertirnos en puentes de luz si nos ponen en el tiempo y lugar adecuados. Lo más importante es la autenticidad que nos nutre.  Como todas somos grandes actrices, muchas veces estamos solamente actuando, pero la verdad, que está detrás, esa es la que realmente despliega al supremo verbo que realiza todo. Ese verbo es el que te llama, esta noche, y te pide que seas, de preferencia, un mensajero del bien y abras ventanas de sabiduría.  Ese verbo desea tener: más pies felices a través de los cuales poder caminar y bailar, más ojos dispuestos a descubrir y contemplar la belleza. Más oídos ansiosos de oír los maravillosos sonidos de la naturaleza.  Más seres deseosos de dar cobijo a quienes están indefensos”.

“Yo no soy escritor”—repuse—, pero INTELIGENCIA y AMOR, con suavidad, me explicaron que ellas serían mis guías, si yo estaba de acuerdo.  Ahora el lápiz desperezándose,  se había  despertado; se incorporó  y de un saltó  se trepó a mis dedos, lleno de alegría y entusiasmo.  Las palabras estaban alertas.  Esperaban mi reacción.  Entonces, decidí jugar, por un rato, con ellas y escribí lo siguiente:“Amo mi casa porque tiene techo de estrellas unidas por hilos de miel y chocolate.  Me acompañan siempre mis dos exóticos hijos un caimán  y una cocodrila, ambos de color violeta y con ojos de canica nueva; ellos, tiernos y afectuosos, corren a mi encuentro, cuando llegó cada tarde, y suben a mi cama para ver televisión conmigo o acompañarme mientras leo.  Incluso a veces me piden que les lea en voz alta”. Las palabras tejidas de esta manera, reían juguetonas.  Les gustó tanto sentirse parte de estas lúdicas frases, que me pedían continuar.  “No!!!”—les dije yo—“es sólo un juego” — “sí!!!, pero es tan ingenioso.  Además divertido, por favor…sigue”.  Tomé el lápiz de nuevo, que igualmente estaba expectante.  Continué: “Mi caimán se llama Ernesto y la cocodrila Sarita.  Ernesto alguna vez fue un poquito enojón, pero cuando llegó a casa, para alimentarlo, comencé a comprar en el almacén, de la esquina, botellones llenos de jugo de amor con sabor a comprensión, junto con unas coloreadas galletas de encanto y amistad. Esta minuta alimenticia le ha hecho más que bien. Ahora es muy cálido y gentil. Si vieran qué contento, come y bebe; como crujen las galletas en sus dientes cuando las  devora con elegante ansiedad y luego, toma el líquido amoroso con enorme pasión.  Por otro lado, Sarita tampoco era de muy buen carácter, pero con esta misma dieta, endulzó igualmente, muy pronto, su genio. Ella es un bello ser, plena de virtudes y talentos.  Ama la vida, la goza, la siente, se deleita en existir.  A todo le ve el lado bueno. También es un poco aventurera.  Le gustan los paseos, sobre todo los nocturnos, y Ernesto y yo, vamos con ella para acompañarla.  Los tres nos vestimos de invisible y tomamos la ruta del parque, donde juegan los niños y los adultos esperan.  Y los más, más, más adultos, ya no juegan ni esperan.  Sarita es tan especial, es siempre el alma de la fiesta. Acostumbrada a comer estrellas endulzadas con miel y chocolate que, a veces, se desprenden de nuestro techo, cree que las que ve en el firmamento, son aún más dulces y se trepa a la copa de los árboles, con la firme intención de alcanzarlas.  Y ahí vamos nosotros, Ernesto y yo, tras ella.  Somos una familia, si va uno, vamos los tres.  Nos gusta estar juntos.  En muchas ocasiones mientras yo cocino, ellos juegan con unos amiguitos transparentes, que visitan nuestro hogar.  Yo atiendo muy bien a estos invitados. Tengo una alacena siempre colmada de bombones con formas de palabras hermosas y distintas botellas, llenas de líquidos que al beberlos adquieren el sabor que más le gusta, al que los bebe.  Todo esto lo compro en el maravilloso almacén de la esquina.  En este almacén está Don Abundancia, que es un caballero “gordito” y muy serio.  Ofrece sus productos a todos los clientes del lugar. Tiene unas bodegas atiborradas de las cosas más increíbles; y lo más curioso es que estas despensas, se abastecen de lo que piensan y esperan  sus clientes.  Los más amorosos y altruistas, las llenan de lápices y cuadernos inteligentes, cápsulas de alegría, años de bienaventuranza y paz.  Los otros, que igual tienen derecho a comprar, las abastecen de mercaderías diferentes, que aquí no voy a nombrar.  A Don  Abundancia  tampoco le pagamos con dinero; al menos no el acostumbrado, porque él sólo recibe los “gracias” de nuestro interior.  Y todos agradecen: los que buscan el bien y los demás… también…

Volviendo al relato sobre mi familia, les contaré que anoche encontré a Sarita llorando y en total desconsuelo.  Yo, no lo podía creer; cómo iba a llorar mi Sarita, qué había ocurrido.  Ella me dijo, entre sollozos, que alguien le arrojó a su tierna carita que nosotros somos una familia muy extraña.  Que los caimanes y los cocodrilos y los humanos no pueden ser, ni hacer familia.  Además suspirando decía que habían criticado en forma negativa a Ernesto.  Esto pasa, porque él, no es un caimán “convencional” por decirlo de alguna manera.  A él le gusta leer libros de cuentos de hadas y no le agrada cortar margaritas, menos deshojarlas.  Siempre va, por ahí, defendiéndolas y  se opone tenazmente a todo lo que resulte ser poco tierno.  Como él y Sarita tuvieron un pasado en el cual conocieron, en carne propia, lo que es la violencia y la falta de caridad, y ahora viven en una forma tan opuesta, ellos saben distinguir las emociones y sus productos muy bien.  Ahora aman y conocen la tranquilidad.  Aprendieron a convivir en lo diferente, a tener verdadero cariño, a respetar en igualdad. Sarita me dijo, además, que sentía mucho miedo de que arruinaran nuestros proyectos. Porque bueno, como toda familia tenemos sueños y propósitos.  Entre ellos está, aumentar nuestra prole.  Y a estos planes se refería Sarita.  Conocemos un lugar que hemos visitado cuando vamos de paseo, vestidos de invisible.  Es un albergue donde hay muchos seres que no han contado con la oportunidad de tener unos padres amorosos.  Ellos están, por este motivo, muy solos.  Sarita y Ernesto desean, con fervor, entregar su cariño, ternura y cuidados a uno de estos seres.  Yo estoy en total acuerdo.  Contamos con espacio suficiente en nuestra casa.  Hay siempre comida abundante, muy rica y preparada con amor.  Tenemos mantitas de todos los colores y con todas las temperaturas adecuadas para el momento y lugar.  Zapatillas mágicas de descanso que hacen mimosos masajes en los pies.  Y una  cuna con los brazos abiertos,  dispuesta para mecer y velar el sueño de un bebé. Yo tengo amor y estoy dispuesto al compromiso.

Por esto, me apenó mucho ver sufrir a mi Sarita. No nos gusta ser criticados.  Por qué vamos a ser raros, quién dice eso.  Por qué, hacer llorar a mi bella cocodrila. A quién le afecta que mi caimán sea sensible. Y, por lo demás, yo vivo muy feliz con ellos.  Daría, sin dudarlo, esta vida y muchas más por mi familia que ahora es: mi linda Sarita y mi maravilloso Ernesto.  Y si queremos compartir lo que hemos conseguido,   ¿por qué nuestro amoroso cuidadova a ser menos valioso que el de una  familia “tradicional”?

Aquí el  lápiz se detuvo; paró en seco y dijo: “espera un momento, quieren  hablarte”.  Algunas palabras habían comenzado a gimotear, mientras decían: “No te enojes Luis, porque interrumpimos tu relato”. Delicadamente, sequé sus incipientes lágrimas.  “Perdón…— les dije — no quise angustiarlas”.  “Está bien”—respondieron cariñosas ellas—“Lo que pasa es que tienes razón.  Es un cuento, pero lleva mucha verdad.  Querido amigo, nosotras estamos en todos los corazones y pensamientos, lo sabemos todo y en todos los idiomas.  La vida debería cuidar a la vida, pero no es así.  Los convencionalismos en muchas ocasiones arruinan grandes proyectos.  Hacen bajar brazos que se habían extendido llenos de amor.  Impiden que el bien circule, sin barreras.  Nadie ha dicho que esto se transforme en un caos, no es la idea.  Muy por el contrario, se trata de: ojalá conseguir derribar paradigmas cismáticos que perpetúan situaciones injustas.  Que impiden la apertura mental, a nuevos esquemas amorosos de vida y bondad.  Nosotras no tenemos fuerza propia.  La fuerza nuestra viene de quien nos utiliza.  Esa es nuestra gracia y nuestra desgracia.  Si tú supieras cuántas veces, con profundo pesar, nos vemos involucradas en temas escabrosos.  En acuerdos que rayan en una maldad casi ridícula, por lo básica y carente de sustento que puede ser, pero no por ello menos perjudicial. Ideas retrógradas, que viajan en el tiempo, sin envejecer, sin sufrir accidentes, ni enfermedades, en fin, nada que nos pueda, hacer pensar en la posibilidad de lograr liberarnos de ellas.  Es verdad que INTERES, RENCOR, ODIO y otras como ellas suelen ponerse fastidiosas, pero tú mismo has visto como se vuelven inofensivas cuando sus hermanas antónimas se hacen cargo de ellas y las envuelven en sus energías”. 

“Está bien, por favor cálmense” — les pedí—.  En ese momento, se acercaron a mí las conjunciones.  “¿Sabes?” —me dijeron— “a nosotras, las personas, no nos toman demasiado en cuenta, porque generalmente no representamos a alguien o algo, pero nuestro papel igual es de vital importancia, porque somos las encargadas de unir y muchas veces de guiar a las demás palabras.  También tenemos algo que decir.  Nosotras igualmente  estamos interesadas en que los habitantes de esta pequeña esfera azul, hagan  una reflexión importante.   Incluso las interjecciones que, en algunos momentos, son tan imprudentes, prefieren la armonía.  Nosotras somos pequeños eslabones, pero las palabras mayores son conscientes de que nos necesitamos unas a las otras permitiendo el equilibrio para verbalizar una idea.  Así debería vivir la humanidad.  Nosotras, las palabras,  somos como las flores, los árboles, las piedras y todos los integrantes de la naturaleza que conocen la importancia de cada  uno, para la preservación y manifestación del hábitat.  Amado Luis: tú ¿Has visto que una flor critique a otra?,  ¿Has visto, algún árbol gigante soslayando la vida de una hierba o del más mínimo vegetal? ¿Verdad que no? Lamentablemente, muchas veces hay más sabiduría en el alma de un pasto, que en la de un ser humano.  Si pones una semilla en el ambiente adecuado en tácito acuerdo con la tierra, el agua, el aire, la luna y el sol, ella dará lo mejor de sí y no intentará lucir mejor que las demás o derribar a la hermana que tiene al lado. Luis, por favor, discúlpanos por esta interrupción, continúa con la historia de Sarita, la bella cocodrila, junto al romántico y soñador Ernesto, queremos saber más.

“Por supuesto” — contesté —, conmovido por el discurso de las conjunciones.  El lápiz,comprometido, se aferró de nuevo a mis dedos y continué la narración: “Poco a poco logré calmar a Sarita.  Acurrucada, entre mis brazos, se durmió.  La acosté en su cama, ubicada entre la mía y la de Ernesto.  Mientras la arropaba, rogué a mi alma por sabiduría.

Esta mañana despertamos muy temprano.  Mi romántico Ernesto como siempre calmado y mi Sarita risueña otra vez.  Les preparé el desayuno y mientras lo tomábamos les dije: “hijos míos esto que les voy a pedir, va a sonar casi a refrán repetido, pero quiero que para nosotros sea algo muy serio, un acuerdo formal”.  Sus ojitos, curiosos, me observaron.  Yo proseguí. “Sarita, Ernesto: vamos a prometer que desde ahora y para siempre, tendremos oídos sordos al “qué dirán”.  Pero lo haremos de verdad.  Lo viviremos, lo encarnaremos, será nuestra filosofía de vida. Jamás se debería perder un gran amor, por atender a la mezquina opinión de los demás.  Porque, los demás, muchas veces, reprochan y nada más.  Con gran respeto y mucho valor, iremos al Refugio de los seres que están solos y llenaremos todos los formularios y aceptaremos todas las pruebas y dejaremos que nos cuelguen los carteles que quieran.  Pero tarde o temprano, seremos cuatro.  Permitiremos que la vida nos  guíe en esta cruzada y el amor tiene una fuerza tan grande, que luchará para rescatar a otro ser del dolor y la soledad.  No sabemos a quién, pero amaremos a quien sea, porque ya los amamos a todos.  Sarita, Ernesto, nada de lágrimas excepto si son de alegría”.  Ellos miraron llenos de amor y de fe; me abrazaron, me dieron unos cuantos besos mientras decían “te queremos”.  “Yo también los quiero, los quiero mucho”—contesté—. Después felices salieron a jugar con sus amiguitos invisibles, en nuestro jardín de  flores azucaradas, trepando y saltando.  Los contemplé y  guardé, agradecido, sus besos aquí; en esta ingrávida cajita de cristal, en  la que deposito mis más valiosos tesoros, deseos, sueños y anhelos.  Soy muy afortunado, tengo una bella familia.  Mascotas, me corregirán algunos.  No!!! un rotundo No. Nosotros somos, una familia; con todas sus letras. FIN

Me detuve, dejé de escribir “¿qué les parece?” —pregunté a las palabras y al lápiz— “¡Bien! ¡bien! nos gusta mucho” —repetían, mientras aplaudían con gran alboroto y yo, entonces, hacía unas exageradas reverencias ante mi distinguido público. 

INTELIGENCIA junto a SABIDURIA, me dedicaron una iluminada sonrisa.  Yo estaba feliz y me sentía entre amigos. INTELIGENCIA, me abrazó con gran cariño.  “Lo has hecho bien” —me dijo—“es una historia, tierna, tiene contenido.  A la vez, es una llamada de atención, pero la haces sin ofender.  Esa es la mejor manera.  Desde el lado invisible, los seres humanos pueden extraer lo necesario, para dar forma a lo que quieran.  Si existiera la conciencia de que todo viene del vacío, del absoluto informe, el presente podría cambiar.  Los seres humanos son los mayores creadores, pero no son los únicos.  Un ave que construye su nido también, lo extrae del vacío.  Las marcas en la arena, resultantes de la marea que ha subido y bajado, vienen del vacío. La forma que adoptó el árbol, mientras crecía, vino del vacío.  Muchos ejemplos te puedo dar.  El verbo supremo trabaja sin cesar, desde ese lado invisible.  Crea día y noche, sostiene a los planetas, da luz a las estrellas y hace nacer al pequeño musgo entre los ladrillos húmedos. Se despliega en la fuerza de los volcanes, transporta a las nubes y envuelve las manos ágiles y sabias del médico cirujano que salva una vida.  Pero, a la vez, el verbo está cansado de tener que vivir en ciertas actitudes que provocan destrucción y desequilibrio”.  “¿Qué puedo hacer yo?”—dije lleno de pesar—“tú puedes hacer mucho Luis.  Hablaré en nombre de mis compañeras, porque todas estamos de acuerdo. Las palabras como creadoras, provocamos cambios de conciencia, transmitimos información, manifestamos deseos.  Las palabras somos un gran poder y deseamos unirnos a ti para defender y denunciar.  Existen en este mundo, muchas Saritas, muchos Ernestos.  Son seres  llenos de amor, de caridad y luz.  Pero son discriminados por no ajustarse a los retrógrados estereotipos que aún persisten avalados a través de leyes.  Leyes que no son más que acuerdos tomados por los propios humanos.  Luego,como si hubieran adquirido vida propia, actúan como depredadores sobre los mismos humanos.  Dicen: “debemos cambiar” y pueden pasar años y años y nadie hace algo para provocar el cambio. Luis, lo único que vale en la vida es el AMOR.  Todo lo bueno viene de él.  Tú sabes eso. Pero ese gran monstruo llamado TEMOR, también es bastante  poderoso, eso es innegable.  Muchos pasan por esta vida, refugiados en el TEMOR, desde ahí escudriñan y juzgan a los demás.  En ese TEMOR, sienten su existencia a salvo, pero no piensan que con esa actitud, en esa pasividad, igualmente ayudan a dañar a los demás. 

Luis, vuelve a tu cama. Ojalá tengas pronto ánimo de terminar la historia que recién escribiste”.  “La terminé”— respondí —.  “No, no la has terminado.  Todas queremos participar nuevamente y saber que los caminos se abrieron para dar paso al AMOR.  Que Ernesto vive feliz leyendo, en paz, sus cuentos de hadas, cuidando a su hermana y a las margaritas y que a nadie le molesta.  Que Sarita ya no tendrá que llorar porque critican a su familia. Y que tú, eres feliz, porque bajo el techo de estrellas unidas por hilos de miel y chocolate, vive ahora, a buen cobijo, un nuevo corazón, rescatado de las garras de ese terrible monstruo  llamado orfandad.  Es importante evidenciar los hechos.  Hay mucho amor y cuidado en juego.  No es posible que manos generosamente abiertas deban  replegarse, llenas de dolor,  sobre sí mismas debido a injustos prejuicios lapidarios. Luis si tú levantas una bandera, alguien la verá.  Alguien estará de acuerdo contigo.  Algunos te seguirán y la fuerza irá creciendo.  Así se hacen los cambios.  No hace falta la violencia, la paz puede más.  Grandes pruebas hay en la Historia.  Un Mahatma Gandhi, a medio vestir.  Un inerme Martin Luther King. Una madre Teresa contenida en un cuerpo frágil. La entumida Marie Curie, con los dedos quemados en un frío laboratorio.  El tímido Albert, considerado  poco inteligente.  Genios del arte estimados locos, por sus contemporáneos y hoy en día valorados por haber creado un estilo.  Aquí cabe otra breve meditación y es que: con altanera rapidez, muchas veces, unos definen a otros como “locos”.  ¿Quién sabe quién está “loco”?  Si uno pierde la cordura,  descolgándose del tiempo y del espacio, uno no lo sabe.  Entonces, ¿quién puede realmente  apostar por la certeza de su salud mental?  Sería bueno, dejar de usar este descalificativo término con tanta superficialidad.  Es una realidad terrible para quien, de verdad, la vive.  Luis, este es otro tema, que deberías, en algún momento, desarrollar”. 

Las palabras comenzaron a salir de la habitación.  Las despedí emocionado.  Ya en soledad, devolví el café y el termo a la cocina; también dejé el lápiz en su lugar. Regresé a mi cama y cerré los ojos. Reflexionaba sobre lo ocurrido, cuando el despertador sonó estrepitosamente, avisándome así la llegada del Lunes.  Conmocionado lo apagué.  Miré alrededor. Todo lucía normal. “Sólo un sueño” — pensé—. Mis pies  buscaron refugio en las pantuflas. Fue entonces cuando mi dedo gordo derecho acusó una presencia extraña.  Era un papel.  Lo saqué; tenía algo escrito: “Amo mi casa porque tiene techo de…”

FIN

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