Sentipensares » El poder del canto colectivo - Martha Elena Hoyos

Última actualización: 04/03/2012

 

 

EL PODER DEL CANTO COLECTIVO
 
Por: Martha Elena Hoyos, Colombia.
Cantautora, investigadora musical
 
En distintas comunidades de los Andes de América,  círculos  de cantores se “achulanchan” al calor de rondas, haciéndose una sola voz en el murmullo de cantos de coplas, que se elevan desde la tierra al cosmos en una dulce embriaguez de unidad.  Igual sucede con las bandas de Sikuris, donde la integración de fragmentos melódicos y tonales producen un éxtasis orquestal de vientos precolombinos, posteriormente adaptados  a celebraciones religiosas y fiestas patronales. Voces de currulao en el Pacífico colombiano, se entrelazan simulando canotajes y mareas que suben y bajan con singular cadencia, mientras  marimbas y tambores celebran en conjunto la fuerza del  mestizaje. Notas colectivas también en sus alabaos y cantos de angelito, y en los bullerengues del Caribe.
 
En los torbellinos con cantos de guabina de los altiplanos andinos, abuelos y niños también se juntan en una orquesta de quiribillos, quijadas de burro y carrascas para acompañar voces y tiples que zurruguean trinos como campanillas. Rondas, canciones y gritos de honda tradición se hacen uno en las selvas amazónicas para ritualizar, bendecir, conjurar. Son éstas, fuerzas espirales del canto colectivo,  experiencias sagradas de ser y estar con el otro, de hacer parte de;  dinámicas del engranaje evolutivo de la vida.
 
Múltiples son los referentes en el mundo entero donde se toca, canta y danza de manera colectiva,  para reafirmar un sentimiento de pertenencia, alegría, nacimiento o duelo, y a la vez movilizar la sangre y las entrañas, en cada ensamble de ritmo, texto, giro y melodía.
 
Cantar y musiquear, danzar en grupo, desde la sinceridad del corazón, desde la pura naturaleza de la voz y el ritmo, es decir, desde nuestro centro de amor, luz y servicio, es emitir vibraciones que quedan impregnadas tanto en nuestras células como en el éter que nos rodea. Esto es algo que la sabiduría popular siempre supo y por eso sale de su entraña el adagio: ¡Quien canta sus males espanta!
 
La experiencia grupal del arte sonoro es además una oportunidad práctica y genuina de tomar “conciencia global” de nuestra existencia, de  movilizar actitudes de  separabilidad, neurosis y aislamiento.  El canto colectivo es una vivencia que nos permite comprobar la fuerza del grupo, de la comunidad, de los anhelos y los sueños posibles, compartidos desde la sincronía del dar y recibir, experiencia distante a las obsesiones rumiadas en enfermiza soledad. Cuántas úlceras, cánceres e infartos, están sembrados en nuestras máscaras de apariencia, silencio y perfeccionismo. En nuestros falsos retos de serle fiel a la exigencia social y económica, o a los preceptos de temor, culpa y sufrimiento con que nos vendieron el cielo.
 
Cantar en colectivo, -y todos podemos cantar-, es un instrumento de movilización, cura y abundancia, toda vez que nos permite dejar a un lado miedos y estructuras que se expresan en el “yo no canto” (negaciones de felicidad), o “yo no sé cantar” (falta de autoconfianza).  Es común también escuchar la expresión de “no quiero hacer el oso” (perfeccionismo, miedo a atreverse), o incluso percibir en silencio el “yo no canto con otros”...  Cantar en colectivo es también darnos cuenta de nuestras “limitaciones” y diferencias, sabiendo que son ellas las que enriquecen la armonía y el crecimiento. Es aprender a improvisar, a cambiar de ritmo, y a reírse de las propias imprecisiones, más que asumirlas con frustración o angustiante necesidad de demostrar, que lo admitido es no equivocarse.  Habría que decir entonces, con Tom Jobin, que “en el alma de un desafinado también late un corazón”, y mejor aún, que cantar en colectivo es en todos los sentidos, un maravilloso camino para afinar el corazón.
 
Los ancestros lo sabían, lo practicaban y nos han dejado estos caminos como herencia. Cantar, musiquear, crear, danzar en colectivo, es movilizar el “nosotros” del cosmos que nos habita; es decir, “sacralizar” nuestro instrumento múltiple cuerpo-casa, agua-tierra, viento-fuego, desde el más elevado concepto de integración y unidad.
 
Cantautora,  creadora de Mayra, 
coautora Agenda Mujer Colombia
 
 
Rondas de coplas en carnavales andinos
 
Grupo de currulao en el Pacifico
 
 
Banda urbana de Sikuris
 
 
 
Torbellinos del altiplano cundiboyacense colombiano
 
 
 

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