Cuentos » Mágico Azul - Diana GuevaraÚltima actualización: 20/03/2011
MAGICO AZUL
“En el cielo, bajo el brillo resplandeciente del sol, jugueteaban los vientos y las nubes en una danza de movimientos únicos y expresiones multiformes. Abajo, en la tierra, los arboles y el agua parecían unirse a aquella danza improvisando sonidos que parecían susurrar a las almas sobre la esencia pura de la alegría y de la vida misma.
Entre tantos sonidos y tan indescriptibles movimientos, una voz humana quiso hacerse parte de la infinidad de aquel instante y me conto esta historia.
Me contó que una vez, hace mucho tiempo, en un lugar lejano pero no muy distinto a este, existió una pequeña aldea, situada en el medio de una selva infinita, donde habitaba la gente que si sabia vivir. Dijo que nunca se había sabido si era un lugar real o no, pero que allí jamás había podido llegar la tristeza, la amargura, la vanidad o la envidia, porque todas ellas eran como brujas enfermas y viejas que aunque eran hábiles y muy sagaces, jamás habían podido atravesar los mágicos portales que alrededor de la aldea, entre la selva infinita, habían creado los antepasados de la gente que si sabia vivir con sus cantos y conjuros.
Dijo que en aquella aldea corrían ríos de agua dulce, fresca y cristalina que movían el destino del pueblo con su continuo fluir, y que todos los días celebraban juntos la fiesta de la tierra y el fuego, porque los habían creado y los habían puesto allí, protegidos de todo lo incompleto y de todo lo imperfecto. Celebraban con danzas y música de colores, dibujando sonidos en el aire mientras comían y bebían los frutos de la tierra.
Quienes habitaban en la aldea eran gente de todos los colores, niños y grandes, hombres y mujeres, pero la única diferencia entre ellos era su tamaño porque todos vivían sus días con la misma alegría, con la misma espontaneidad e inocencia, con la misma capacidad de asombro y la misma ilusión, que con los años iba haciéndose sabiduría. Nunca había peleas ni ofensas, aunque todos fueran diferentes, porque para cada uno los demás eran como hermanos, pues eran todos como una gran familia.
Solo un anciano era diferente de todos en la aldea, el abuelo azul, el más sabio y viejo de todos, el que había visto ir y venir tantas generaciones de gente de colores, y en cuya memoria habitaban todos los recuerdos y saberes de la gente que si sabia vivir.
Era un anciano azul, de mirada apacible y profunda, con una larga cabellera blanca que el viento gustaba mover por las mañanas haciéndola cantar con el arroyo, hablaba poco pues prefería cantar; sus manos eran agiles y siempre le ayudaban a contar sus historias representando todo lo que su boca decía. Adornaba su cabeza con una banda hecha con pequeñas semillas de todos los colores, de las que nacían los frutos que alimentaban a su gente cada día y siempre reía.
Cuando hablaba, era solamente en la fiesta de la tierra y el fuego para contar historias del pasado del pueblo, a todos los habitantes de la aldea, quienes se reunían a su alrededor y le escuchaban con gran atención; sin embargo a veces le gustaba cantarle a las cosechas, y cada que lo hacía, las plantas florecían más hermosas y los frutos maduraban más pronto haciéndose más dulces que nunca.
Toda la memoria del pueblo la contenía en su corazón y su alma el abuelo azul, la gente de colores lo sabía y por eso gustaba de reunirse en torno suyo y escucharlo, para nunca olvidar porque su mundo era distinto y porque eran la gente más afortunada de toda la tierra.
La aldea era un lugar mágico a ojos de cualquier hombre común, por todos lados revoloteaban los niños de colores, que tenían alas a veces como de ave y a veces como de mariposa, y que cuando se hacían adultos podían cambiarlas por el don de hablar con las plantas o con los animales. Las casas tenían formas curiosas, según el ser vivo que mas gustara a cada quien; había hongos, capullos, frutos, peces, tortugas y el abuelo azul vivía en la más hermosa de todas, una gran ave de colorido plumaje que siempre tenía sus alas abiertas, como invitando pasar a su interior, repleto de misterios y secretos. La magia de la aldea trascendía sus límites, y en sus alrededores, en medio de la selva infinita, podían encontrarse extraños animales, fantásticos y muy hermosos que habían sido creados por los ancestros y representaban todo aquello que sentían por su pueblo.
Así pasaba el tiempo en la aldea, entre alegrías y celebraciones, y cada día enseñando los grandes a los más pequeños los secretos y conocimientos fundamentales de la vida que los hacían ser la gente que si sabia vivir. Los días y las noches transcurrían normalmente hasta que un día, el gran rio del destino que cruzaba la aldea trajo un ser distinto a todos los que conocían; era un niño pequeño, que no tenía ningún color y que no sabía vivir. Los niños de colores lo encontraron en un recodo del rio y se sorprendieron mucho, así que volaron a casa del abuelo azul y le hablaron del extraño ser sin colores. Al oír la historia el abuelo les pidió que lo llevaran hacia el niño porque debía verlo con sus propios ojos para comprender lo que decían.
Cuando llegaron al sitio, el pequeño estaba asustado, pues ya toda la aldea se había dado cuenta y lo observaban de lejos, muy sorprendidos y atentos, esperando ver lo que el abuelo haría con la pequeña personita sin colores. El abuelo sintió al verlo, no extrañeza, sino una inusual alegría, pues vio en él la posibilidad de plasmar en un solo ser todo lo que la gente de colores era y sabía, todo lo que sentían y creían; vio un ser a quien podía entregarle todo lo que conocía de su pueblo, y un poco de todo lo que construía su mundo; así que lo tomo en sus brazos y lo llevó a su casa, mientras cantaba para que todos comprendieran su sentir y su intención de proteger a la pequeña criatura.
Pasaban los días y el niño permanecía en casa del abuelo mientras toda la gente de colores se mantenía alejada, porque para ellos el niño, el igual que el sol irradiaba calor y el agua frescura, el pequeño les hacía sentir algo que no conocían y preferían no acercarse. Sin embargo, al ver que el abuelo, su más sabio amigo, no tenia reparos en estar cerca de él, pensaron que quizá debían intentarlo. El abuelo, que sabía lo que su pueblo sentía, supo lo que estaban pensando y empezó a salir a pasear por la aldea con el niño sin colores, y al principio la gente de colores miraba aun de lejos, pero después se hizo algo familiar y empezaron a acercarse al pequeño.
Los niños de colores le invitaron a jugar, le mostraron la aldea, sus escondites y sus juegos, y se divertían mucho pasando el tiempo entre risas y aleteos, hasta que un día, uno de los niños de colores lo tocó sin querer, y vieron que al hacerlo, un poco de su color se pinto en la piel del niño sin colores. Al notar esto los demás quisieron intentarlo y así inventaron el juego de pintar al niño, antes sin colores, pero no sabían que al hacerlo, no solo pintaban su piel sino también su corazón y su alma, y en el quedaba grabado un poco de lo que era, sentía, creía y sabía cada uno.
Con el paso del tiempo, el juego de pintar al niño se convirtió en una parte de la celebración de la tierra y el fuego, y todos participaban poniendo en él un poco de su ser; así que el abuelo azul dejo que el niño viviera en la casa de todos en la aldea, un día en lugar, otro día en otro, y así fue aprendiendo cada día un poco más de la gente de colores, y aprendió como vivir y como ser feliz. Al ver esto, el abuelo se alegro al notar que aquello que había sentido cuando lo vio por primera vez se hacía realidad y creó hermosos cantos para expresar su alegría, con los que las cosechas fueron más bellas y más dulces de lo que jamás habían sido.
Los años pasaron, y el niño sin colores se transformo en el hombre de muchos colores, que tenia dentro de sí un poco de toda la gente de colores, de la aldea mágica y de su historia, se convirtió en un hombre muy sabio y era querido por todos, pues tenía un poco de cada uno en los colores de su piel, de su alma y de su corazón, que se hicieron graciosamente multicolor. El abuelo azul comprendió entonces que su vida y su misión en la aldea habían terminado, así que propicio una celebración de la tierra y el fuego más grande y más mágica que todas, la lleno de magia y maravillosos cantos, y esa noche, entrego a cada ser de la aldea un poco de su azul como símbolo del infinito amor que siempre sintió pro todos los de su pueblo, y en esa mágica noche, entre danzas y música de colores, el abuelo se transformo en su casa y echo a volar hacia el horizonte infinito transformado en una hermosa y gigantesca guacamaya, rumbo al otro cielo, donde se reuniría con sus poderosos ancestros, llevando siempre en su corazón un poco de su gente, un poco de todos los colores.
Cuando terminó de contar la historia era difícil diferenciar este lugar de aquel; permanecí con los ojos cerrados queriendo quedarme para siempre en esa aldea maravillosa, pero escuchar mi nombre me trajo de regreso, aunque habría preferido quedarme, después de todo, aquel era un lugar mágico.”
Cuento de Diana Guevara Inspirado en “El Sendero Mágico” Popayán, Colombia http://jafeth.proyectokalu.com/novedades/
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