Cuentos » Una historia de perros - Graciela Berton

Última actualización: 18/04/2012

 

UNA HISTORIA DE PERROS

 

El más viejo –ya casi 25 años sobre el lomo- se llamaba Pushkin. Había acompañado todo el desarrollo y conformación de este grupo humano del que formaba parte. De compañero fiel de un estudiante de Filosofía soltero en los años ‘70, se transformó en el fiel cuidador de una familia entera, que llegó a sumar 8 miembros.

 

Había sido rescatado -ya con más de un año- del asilo de perros encontrados “en situación de calle”, e inmediatamente adoptado. El cariño que recibió los primeros meses le hizo olvidar las penurias pasadas al comienzo de su vida. Y ese cariño se multiplicó y potenció a medida que la familia se agrandaba. Pushkin estaba absolutamente orgulloso de su familia y era un perro guardián de los intereses de la misma, incorruptible y siempre atento a cualquier signo, señal o gesto que surgiera en el ambiente.

 

Bastaba que Günther se levantara de su escritorio con la intención de dar un paseo para que Pushkin supiera que esta vez se levantaba para salir con él y no para hacer compras o por cualquier otro motivo… Siempre quedó como un enigma cómo lograba adivinarlo, así de increíble era la relación íntima de este ser con su familia.

 

Compañía le hacía un papagayo, Jack, también rescatado de las garras de la muerte en un zoológico, donde se lo iba a “descartar” porque tenía una enfermedad contagiosa. Hasta el día de hoy (algo insólito) sigue disfrutando de la vida.

 

Pushkin comenzó a tener achaques de abuelo, dormía largas siestas, rotando las habitaciones en las que reposaba, las caminatas tenían que ser más cortas, ya que era evidente que se cansaba y a veces hasta le fallaba el oído y se daba cuenta que había llegado el auto con los chicos cuando estaba ya a media cuadra de la casa.

 

Un día llegó Prinz. Tenía 7 meses y había sido arrojado, recién nacido, a la calle en pleno invierno, en una cajita. Un alma caritativa se apiadó de él, lo llevó al asilo. Ahí lo encontró la familia. Prinz los enamoró a todos a primera vista. Era el perro más impulsivo, hiperquinético, cararrota, sinvergüenza y comprador que jamás se haya visto. Un contraste increíble al lado de la seriedad casi aristocrática de Pushkin! Inmediatamente se sintió parte de la familia y fue transformándose en el centro de actividad de la misma, bajo la mirada agradecida de Pushkin, que ya estaba un poco cansado de todas las correrías.

 

Una mañana muy fría de invierno, Pushkin amaneció enfermo, no quiso comer ni moverse. El veterinario dijo que quizá habría que prepararse para lo peor, algo bastante lógico, teniendo en cuenta su avanzada edad. Pasó unos días convalesciente, recibiendo todos los cuidados y mimos de la familia, que era conciente que quizá no lo tendrían mucho más tiempo con ellos.

 

Pero una noche sucedió algo insólito. Ya tarde, al cerrar las puertas, Günther lo buscó por todos los rincones de la casa, pero no lo encontró. NUNCA en toda su vida familiar Pushkin había faltado sin aviso, jamás se había escapado, nunca tuvieron que ir a buscarlo a algún lugar lejano a la casa… Pero lo más extraño era que tampoco estaba Prinz! La familia enloqueció, iniciaron una búsqueda desesperada por el barrio, pasando por la casa de familiares y vecinos… en ningún lugar se tenía noticia de los dos perros, nadie los había visto.

 

Ya pasada la medianoche, la familia tuvo que volver a casa. Pasaron una noche muy intranquila y cada uno estaba planeando los pasos a seguir al día siguente, para continuar buscándolos.

 

Tremenda fue la sorpresa cuando, a eso de las 6 de la mañana, escuchan un rasguido en el portón principal: ahí estaban los dos, sanos y salvos, pero con todo el aspecto de haber pasado una noche de aventuras! Rasguños en el hocico, ramas colgando de la pelambre y totalmente exhaustos!

 

Después de tomar unos 3 litros de agua cada uno, se tiraron a dormir plácidamente, uno al lado del otro, como siempre. Pushkin no volvió a despertarse. Seguramente habrá soñado con las correrías vividas durante toda la noche, siguiendo la locura incansable de Prinz…

 

Y Prinz se despertó cerca del mediodía, seguramente satisfecho y feliz de haberle brindado un último regalo de vida a su compañero y maestro, antes que se durmiera para siempre.

 

Graciela Berton

graceberton@gmail.com

 

 

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