Salud Popular » Entrevista a Jésica Lorenzón por su Tesis sobre el Laicrimpo

Última actualización: 11/02/2011

Entrevista a Jésica Lorenzón quien juntamente con Matiángeles Galizzi, son las autoras del Trabajo de Tesis "Concepciones del proceso de salud de los pariticipantes del LAICRIMPO", Licenciatura de Trabajo Social, Universidad Nacional de Entre Ríos, Argentina, 2010

 
A Fondo
Domingo, 09 de enero de 2011
 
“La salud es un proceso y no se puede reducir a lo médico”
Jésica Lorenzón, y una cátedra para quebrar prejuicios. Lo lineal y lo complejo. Los saberes sin jerarquías. Y un rico movimiento horizontal. La alternativa biocéntrica. Los juegos en las calles, no hace tanto tiempo.
 
 
“Al intervenir en salud no se puede estar posicionado solamente en un paradigma”.
Julio Daniel Vallana / Redacción de UNO
 
 
El espacio de difusión y debate “Antiguos saberes, nuevas voces” –que se realiza anualmente en la Facultad de Trabajo Social– promueve enfoques holísticos alternativos al discurso dominante sobre la salud, el cuerpo humano y la medicina, y significó desde su nacimiento un hito importante en cuanto a instalar ciertas temáticas ajenas a un ámbito tradicionalmente dogmático y con prejuicios como el académico. La actividad –promovida desde la cátedra de Salud Pública– ha comenzado a cosechar frutos con las nuevas generaciones de profesionales. Es que en aquel espacio fue que en Paraná se conoció la existencia del Movimiento de Salud Popular Laicrimpo –con 20 años de desarrollo y cuyo principal referente es el doctor Julio Monsalvo, de Formosa– y en torno al cual las flamantes licenciadas Jésica Lorenzón –con quien se desarrolló el diálogo– y Mariángeles Galizzi realizaron una investigación que analiza y describe las concepciones del proceso de salud de los participantes de dicho colectivo.
 
Trabajar con la gente
—¿Dónde naciste?
 —En Paraná –cerca del Hospital de Niños– y mi compañera Mariángeles Galizzi en Suardi, Santa Fe.
 —¿Qué actividades desarrollan tus padres?
—Mi papá se desempeña en la Unidad Ejecutora Ferroviaria y mi mamá es secretaria.
 —¿A qué jugabas cuando niña?
 —Como había muchos chicos en el barrio, a las escondidas y a la cachada. Todo el tiempo estábamos en la calle, algo que ahora se ha perdido.
 —¿Buena alumna?
—Depende de cómo se considere. Nunca me disgustó ir a la escuela. En el secundario si bien iba a una escuela comercial me di cuenta que las ciencias exactas no eran lo mío, aunque me fue bien –salvo en las materias contables y Economía. Me gustaban más las ciencias sociales y humanas.
—¿Cuándo te diste cuenta?
—En segundo año, cuando te comienzan a preguntar qué te gustaría hacer o estudiar. Siempre me había interesado cualquier tipo de carrera que tuviera que ver con el trabajo directo con la gente, como Psicología Social o Psicología. Tenía una vecina que estaba haciendo Trabajo Social, entonces le preguntaba y comencé a conocer la carrera.
 —¿Cómo influyó?
—En cuanto a conocer la carrera y las materias. Era como un referente para mí. Me gustaba lo que me contaba y sobre la dinámica de la facultad.
—¿Hacías alguna actividad afín a esta inquietud?
 —No, pero me llamaba la atención. No me veía siendo contadora o ingeniera. Cuando terminé el secundario sabía que estaba la carrera en Paraná, enseguida me anoté y al comenzar me enganché. En primer año entrás con un montón de ideas y un imaginario muy fuerte de ayuda al otro, pero luego entendés que tiene que ver con una cuestión más profesional. Es uno de los primeros “clic” que hacés en primer año, pero me sirvió para saber qué era lo que realmente quería.
 
 
Dos enfoques
—¿Cuál es el enfoque en torno a la salud que predomina en la carrera?
—La primera materia que tenemos en torno a la salud es en 2º año y es Salud, Campo y Supuesto, que tiene que ver con los paradigmas y la salud como campo. En 4º año, Salud Mental, también entendiéndola como campo, y Salud Pública, que para nosotras fue un punto de partida importante porque allí se ve a la salud como proceso, cuando uno estaba con la idea de campo.
—¿Qué implicó ese cambio?
 —Quebrar ciertos prejuicios, sobre todo en cuanto a ver a la salud como algo lineal y que tenía que ver directamente con la enfermedad, que es la primera relación que se hace cuando se habla de salud. Los conceptos que se desarrollan en la cátedra tienen que ver con la complejidad y la salud como un proceso, lo cual nos hizo ruido y fue un puntapié inicial para darnos un interés por el campo de la salud y de pensarlo distinto.
 —¿Cuáles son las diferencias básicas entre la concepción como campo y como proceso?
 —La salud como campo toma la denominación de Bordeaux, en cuanto a que en un campo confluyen una serie de intereses que se ponen en juego. Pero es algo más grande. Entender la salud como proceso permite comprender que no es sólo salud y enfermedad, sino que reconoce a la persona como un actor dinámico de su propia vida cotidiana, en la cual puede pasar por procesos en que se enferma, pero también en los cuales se encuentra bien, en un intercambio de ida y vuelta con el medio. Cuando se piensa linealmente vemos al sujeto aislado, en cambio como proceso se tienen en cuenta las variables cotidianas, el lugar donde vive y las condiciones concretas de existencia, que hacen a la posibilidad de que una persona esté saludable o no, o que esté expuesto a contraer determinadas afecciones o no. Implica correrla del plano de lo biológico –que no es el único– sino que también pasa por lo social; el sujeto enferma o está saludable siempre en sociedad. Esto permite complejizar porque sino siempre se cae en el determinismo de salud y enfermedad, o en el biologismo, por el cual la persona está enferma cuando tiene determinadas dolencias. Aquí se nota la influencia del modelo médico hegemónico no sólo en las ciencias médicas sino en las ciencias sociales, a partir del positivismo.
 —¿Hay un proceso de revisión en las ciencias sociales?
—Creo que sí. El hecho de contar con estas cátedras en la carrera es un primer paso para tratar de correrse de ese lugar de la salud como algo lineal e incorporar otras variables para entender la complejidad. Si me preguntabas hacer un par de años qué es la salud, te lo relacionaba con “no estar enfermo”. Hoy te digo que tiene que ver con el lugar donde vivís, cómo te relacionás con la gente, cómo estás donde trabajás… Incorporás otros elementos y veo a la persona en el contexto.
 —¿Cómo se caracteriza el modelo médico hegemónico?
—Tiene que ver con la ahistoricidad, ya que siempre piensa en un sujeto en el cual no se tiene en cuenta su historia cotidiana y contexto. El biologismo, que hace hincapié en las cuestiones que tienen que ver con lo físico y el cuerpo, y a partir de esto la fragmentación y especialización –donde cada una fragmenta más a la persona. Y sobre todo lo lineal: se está sano, se está enfermo, presenta síntomas…
 
 
Descubriendo algo interesante
—¿Cómo fue la decisión de asumir este tema como tesis?
 —Comenzamos a trabajar en una temática cultural pero a partir de participar en las jornadas de pensar el campo de la salud –organizadas por la cátedra de Salud Pública– nos pareció una propuesta interesante porque se planteaban en la academia distintas prácticas alrededor de la salud, tales como el chamanismo, tai chi, yoga, plantas medicinales y curanderismo. Nos comenzó a hacer ruido porque dijimos: “La salud también tiene que ver con eso y no solamente con la medicina”.
 —¿Qué te resultó revelador?
 —Cuando asistimos en 2009 participó Julio Monsalvo (pediatra y sanitarista) y Sandra Payán (médica especialista en terapia neural) y todo el tiempo remarcaban que la salud era un proceso y que no se podía reducir a la cuestión médica, sino que tiene que ver con el mundo de las relaciones y la vida cotidiana. Ya habíamos comenzado a cuestionarnos lo que era la salud para nosotros y ahí conocimos el Movimiento de Salud Popular Laicrimpo. Fue un descubrimiento interesante porque cuando los escuchábamos se nos ocurrió pensar que era algo que se iba masificando cada vez más desde el boca a boca, sin ninguna difusión, y que no tenía ningún lineamiento o ideología, sino que participa gente de distintas disciplinas y credos, de los pueblos originarios, distintos actores con un gran respeto por lo que el otro sabía. Se valora tanto a la doña campesina que tiene un saber sobre las plantas medicinales como el médico que venía a hablar sobre determinada terapia. ¡Nunca habíamos conocido un espacio donde se diera una socialización del saber y donde se revalorizara tanto el saber de cada uno! Nos pareció una cuestión nueva que rompía con lo que uno conocía sobre la salud. Conocer este tipo de experiencias en la facultad fue algo que nos impresionó; es algo que tiene que pasar en la academia.
 
 
Horizontal y generoso
—¿Contra qué conceptos académicos colisionan estas ideas y experiencias?
—El Laicrimpo es un movimiento que no tiene un lugar físico y es totalmente horizontal, sin ningún directivo, sino que cada vez que se hace el encuentro se organiza una comisión. Esto tiene poco que ver con lo institucional y se da otro tipo de relación, no hay jerarquías de los saberes, sino que cada uno participa desde lo que sabe. Lo de la participación también nos pareció importante. A fines de 2009 participamos de un encuentro en Rosario de la Frontera (Salta) y nos terminó de convencer en cuanto a la tesis.
 —¿Cuáles fueron las primeras impresiones?
—Cuando llegamos al lugar la gente nos recibió como si participáramos desde hacía años. Todos van con mucha predisposición: gente de pueblos originarios, campesinos, enfermeros, trabajadores sociales, médicos, y gente que hace yoga y reiki. Es una pluralidad tan grande que sorprendía porque en otros espacios existe la competencia de ciertas profesiones o prácticas, lo cual en este caso no se veía. Estábamos acostumbradas a participar en congresos académicos y lo primero que hicimos fue anotarnos, y no nos dimos cuenta que en la previa también había una forma de relación humana distinta. Durante el trabajo de los grupos en los talleres se cambia durante tres días constantemente y te relacionás desde otro lugar, y permanentemente está presente lo de compartir el saber. Había talleres intensivos sobre barroterapia, hierbas medicinales, huertas orgánicas, comida saludable… es interminable. Al terminar te quedabas con la idea de que habías aprendido algo pero sobre todo de que se había compartido ese saber, lo cual tiene una connotación totalmente diferente en el mundo académico, donde vale según los títulos que se tienen o de la trayectoria. Había campesinos que conocían la tierra porque toda la vida vivieron en el campo y la tierra le da todo. Tienen un conocimiento que supera al de cualquier otra persona. También había médicos reconocidos. Otra diferencia es que la identidad pasa por el nombre de la persona y la profesión es un accesorio. Con todo esto nos convencimos de lo que queríamos hacer.
 —¿En qué centraron el trabajo?
—Hicimos un recorte sobre las concepciones del proceso de salud de los participantes del Laicrimpo. Realizamos cinco entrevistas a participantes de Paraná y Santa Fe –por una cuestión de proximidad física, ya que participa gente de distintas provincias y países– con distintas participaciones en cuanto a tiempo en el movimiento y procesos vividos en el campo de la salud. También entrevistamos a Julio Monsalvo.
 —¿Esa diversidad juega como un elemento enriquecedor o limitativo?
—Enriquecedor, porque los entrevistados trabajaban en distintos lugares y pertenecían a distintas profesiones. Reconocían que esa diversidad y la participación en el movimiento les permitió generar en lo personal y laboral otro modo de pensar la salud y de relacionarse con ella, más allá de las distintas experiencias y búsquedas de las cuales venían.
 
 
Paradigma biocéntrico
—¿Qué es lo más distante que conociste del modelo médico dominante?
—Lo que denominan el paradigma biocéntrico. Fuimos formados en el paradigma antropocéntrico, que ubica al hombre como el centro, y que tiene que ver con la medicina convencional. El paradigma biocéntrico lo que hace es pensar que el hombre es parte del todo, pero también está la Naturaleza –que no es un insumo– y los otros sujetos. Reivindica el sentido de pertenencia que tiene el sujeto y se relaciona con los pueblos originarios. Fue algo nuevo ver que ellos se sienten que pertenecen a la Tierra y a partir de eso se piensa que no está ahí para que sea un insumo, sino que es parte de la vida cotidiana y que no tiene nada que ver con el sistema de dañar los recursos en el que estamos. El año pasado –cuando el movimiento cumplió 20 años– participamos nuevamente y fue muy importante porque les pareció muy interesante que estuviéramos desarrollando una tesis académica sobre esta temática. Al presentar la tesis vino Marcela Bobatto –una de las referentes que no conocíamos– y se mostró muy feliz. Este movimiento está abriendo un camino muy importante.
 —¿Cómo fue la siguiente participación considerando que ya conocían el espacio y estaban trabajando en la tesis?
—Fue más relajada porque en el primer encuentro fuimos con la idea de la observación participante, ya que era un insumo para nuestro trabajo. En la segunda oportunidad ya habíamos desarrollado el tema mucho más y redondeamos algunas ideas. Pero era importante por los 20 años del movimiento, se veían otras cosas y mucha gente. El motor es la gente que participa y durante 20 años –con todos los vaivenes del país– nunca dejó de hacerse, lo cual fue un descubrimiento para nosotras. Volvimos con mucha información para procesar y terminar las conclusiones.
 —¿Tuvieron alguna dificultad significativa con el trabajo?
—Más que significativa tenían que ver con que era un tema difícil de recortar, teniendo en cuenta, además, que era una investigación cualitativa. A la hora de hacer el análisis había tanta información que la dificultad era hacerlo lo más claro posible y que diera cuenta de lo que queríamos decir, haciendo la aclaración que no era algo acabado, sino que invitamos a que se tome y se siga investigando, porque hay muchas cuestiones y variables.
 —¿Qué conceptos crees que hicieron más visibles con este trabajo y que merecen atención en cuanto a profundizar la investigación?
—Básicamente, el hecho de que existan distintas concepciones sobre la salud. Al finalizar el trabajo hicimos una evaluación en cuanto aporte a nuestra profesión. Nos dimos cuenta que aporta una concepción de salud diferente y que hay mucha gente que la piensa de esa manera. Entonces –al momento de intervenir en el campo de la salud– no se puede estar posicionado solamente en un paradigma, sino tener la capacidad de ver que hay distintas formas de pensar a lo hegemónico. Si no es muy acotado lo que podemos hacer. Cuando fuimos a los encuentros nos dábamos cuenta que había cuestiones que tenían que ver hasta con lo geográfico en cuanto a la forma de ver la salud. No es lo mismo cómo se la entiende en Formosa que en Buenos Aires, o en el Litoral.
 
 
El valor de la tierra
—¿Alguna circunstancia anecdótica?
—Algo importante era lo que tenía que ver con la gente, por eso remarco lo de los pueblos originarios y distintas comunidades, y el valor que para ellos tiene la tierra, sentirse parte de ella y cuidarla. Uno está acostumbrado a vivirlo de otra manera. Nos pareció fuerte y llamativo, más allá de que puedas saberlo.
 —¿Un personaje?
—Julio (risas) Sandra, su mujer, y Marcela porque vienen trabajando hace tanto en esto y por sus experiencias personales. Julio y Sandra vienen de la medicina tradicional y tuvieron un gran quiebre al conocer otras realidades. Son personalidades fuertes que defienden un discurso sobre la salud que ya es parte de su forma de vivir y que atraviesa todo.
 —¿Cómo evaluás el Laicrimpo en cuanto experiencia de participación popular?
—El hecho de que sea un movimiento horizontal le da otro lugar a la participación y la circulación de la palabra, que no se ve en otras organizaciones donde hay una jerarquía y está la cuestión del poder. Todo se genera naturalmente y nadie pone en cuestión que alguien se haga cargo de todo. Nos sorprendió y es un punto fuerte el hecho de que no tenga una junta directiva. Este año el encuentro se realizará en Paraná en noviembre y no hay una bajada de línea sobre cómo se debe hacer. Es como que el encuentro se hace solo.
—¿De qué depende la posibilidad de permeabilizar con otras visiones las estructuras en las cuales la medicina hegemónica está tan arraigada?
—La posibilidad tiene que ver con la gente que está en determinados lugares y puede permitir que entre algo diferente. En Santa Fe hay una experiencia de una colega que trabaja en el Hospital Iturraspe. El año pasado el encuentro se hizo allí y para nosotros fue muy revelador. Era muy gracioso porque en los pasillos se veía, por ejemplo, el cartel de la sala de traumatología y allí se estaba dando un taller de comida vegetariana. Hubo una participación muy grande de enfermeros y médicos del hospital. Pienso que hacerlo en el hospital de acá, todavía, es impensable. Que se hayan realizado estas jornadas en la Facultad de Trabajo Social es el comienzo de un camino.
 —¿Te cambió en lo personal esta investigación?
—Cambié la idea de salud aunque me falta muchísimo, por lo menos la cuestioné. Y comenzar a hacer cosas que me hagan bien, el autocuidado, que por el aceleramiento del día a día no hay tiempo. Me sigo preguntando cosas.
 
 
Otros apuntes sobre el Laicrimpo
Laicrimpo-salud es un movimiento popular por la salud integral que se inició en las provincias del nordeste argentino.
 En 1990, un grupo de hermanas religiosas del movimiento Comunidades Religiosas Insertas en el Mundo Popular (Crimpo) cuyos trabajos estaban relacionados con la salud, se autoconvocaron para tratar las condiciones de salud de la población más pobre.
Desde mediados de los 90 concurren trabajadoras y trabajadores de los sectores salud, educación, agricultura y otros confraternizando y nutriéndose de la sabiduría popular.
Se trata de un movimiento y no existe ninguna ONG, comisión, institución o proyecto que sustente económicamente la realización de los encuentros.
 
 
 

 

 

 

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