Salud Pública - Salud del Pueblo » Ramón Carrillo - Primer Ministro de Salud Pública de ArgentinaÚltima actualización: 17/06/2009
BREVE RESEÑA DEL DR. RAMON CARRILLODr. Alberto M. ZorrillaNació en Santiago del Estero el 7 de Marzo de 1906.
Ingresó al Colegio Nacional de Santiago del Estero a los 12 años, de donde egresó a los 16 años de edad con medalla de oro por ser considerado el mejor alumno de su promoción.
En 1924 ingresó a la Facultad de Medicina de Buenos Aires, siendo el único alumno de 17 años. En 1928 es designado por concurso Practicante Menor interno en el Hospital Nacional de Clínicas en el servicio de Neurocirugía. En el mismo año es designado subdirector del a Revista del Círculo Médico Argentino y Centro de Estudiantes de Medicina, de la que posteriormente fue Director. En 1929 es Practicante Mayor Interno, por concurso. En su vida de estudiante publica varios artículos científicos. A los 22 años se recibe de médico. En 1930 gana la “Beca de la UBA” para continuar su especialización en Neurocirugía en Holanda, donde se dedica al estudio y a la producción de trabajos científicos la que se puede clasificar en cuatro grupos:
ü Investigaciones sobre esclerosis cerebrales
ü Investigaciones sobre polineuritis experimental
ü Investigaciones sobre mecanismo de las impresiones y técnicas de coloración de la neurología
ü Estudios sobre anatomía comparada.
En 1932 es designado delegado argentino al Primer Congreso Internacional de Neurología reunido en Berna (Suiza)
A fines de 1933 regresa a la Argentina consagrado como uno de los más brillantes y jóvenes neurocirujanos de la época, dedicándose a la docencia, la investigación y a la práctica médica.
El 23 de Mayo de 1946, en acuerdo general de ministros fue creada la Secretaría de Salud Pública de la Nación, con rango de Ministerio, elevado a esa categoría en la reforma constitucional de 1949; hasta ese entonces funcionaba como Departamento de Higiene. El 29 de Mayo es designado por Decreto el Profesor Dr. Ramón Carrillo, confirmado el 4 de Junio al asumir la Presidencia el Gral. Juan D. Perón.
Le toca la gran misión, como primer ministro de salud de la historia institucional argentina, de organizar un sistema de salud, habiendo obtenido logros que se han mantenido en el tiempo, muchos de los cuales, no alcanzó a ver. Creó y desarrolló, entre otros, la administración sanitaria científica, diseñó hospitales y sus sistemas de administración, encaró el problema de las grandes endemias, incorporó la epidemiología como herramienta en la lucha contra las enfermedades, fomentó la investigación, planteó conceptos modernos que vinculan toda la acción sanitaria con la política de seguridad social, salario y vivienda, mejoró la atención de los hospitales dotándolos de nueva infraestructura y equipamiento, categorizó al personal sanitario, mejorando los sueldos y diseñando una carrera.
Basó su política en tres pilares:
1- Todos los seres humanos tienen igual derecho a la vida y a la sanidad.
2- No puede haber política sanitaria sin política social.
3- De nada sirven las conquistas de la técnica médica si ésta no puede llegar al pueblo por medio de dispositivos adecuados.
Después de tan fecunda labor en nuestro País, donde no siempre fue bien comprendido, recaló en Belem (Brasil) donde lo sorprendió la muerte trabajando en un leprosario a fines de 1956.
En una obra monumental que escribió: “Teoría del Hospital” editada en 1951 extraemos parte de su pensamiento que queremos compartir con Ustedes:
“El hombre sano o enfermo, en función de la sociedad, es el objetivo trascendente de la medicina contemporánea. Ese hombre es un ser que vive en familia, que tiene mal o bien una vivienda y un hogar, que concurre a sitios de distracción, que trabaja y produce o desea producir más, que configura en su espíritu aspiraciones justas, ambiciones pequeñas o desmedidas, que anhela recibir el fruto compensatorio de sus trabajo; que siente, sufre y goza de alegrías sencillas, estados de ánimo que en conjunto crean un ambiente psicológico y social, que no es otro que el propio mundo interior. Cuando llega la enfermedad, ésta no sólo perturba el funcionamiento de sus órganos, sino también todo ese conjunto de esfuerzos acumulados y de sacrificios ,que por lo general . se vienen abajo estrepitosamente. Los médicos, si sólo vemos la enfermedad, si sólo indagamos el órgano enfermo, corremos el riesgo de pasar por alto ese mundo, ese pequeño mundo que envuelve al individuo como algo imponderable, como una delicada red tejida de ensueños y esperanzas.”
Sobre la Cultura y la civilización:
“El hombre, desde los más oscuros orígenes de la especie, inició la conquista del mundo. Esa empresa de conquista y dominación del mundo exterior, determina el proceso de la civilización.
Pero es no es la única lucha del hombre ni la más trascendental.
Pronto comprendió que debía luchar también contra sus propias pasiones primarias y alcanzar las altas instancias del espíritu. Y así tenemos la otra gran empresa humana: la empresa de la cultura.
Cultura y civilización son las coordenadas que determinan fundamentalmente la actitud del hombre ante Dios y ante el Universo.
Pero para librar esta guerra de dos frentes, el hombre necesita una cuidadosa preparación, que lo instrumente eficientemente. Necesita, ante todo, de la salud. La salud no es en sí misma y por sí misma, el bienestar, pero sí es una condición ineludible del bienestar.
No es pues un fin, sino un medio y, en el mejor sentido, un medio social. Porque no se trata de asegurar la salud para un goce más o menos epicúreo de la vida, sino para que el hombre se realice plenamente como ser físico, intelectual, emocional y moral, afianzando su conquista del medio exterior y su propio dominio interior.
En lugar del aterrorizado hombre de las cavernas, el hombre de hoy ha hecho sus esclavos a la electricidad y a la fuerza nuclear y será pronto el empresario de las fuerzas del mar y del sol.
Estamos frente a un poder catastrófico que pude ser peligroso para el hombre mismo.
La civilización vuela en aviones cohetes, mientras que la cultura recorre todavía a pie los caminos del mundo.
El hombre actual ha perdido la buena costumbre de la reflexión y de la meditación. Llegará a la luna antes de haber extirpado de sí mismo algunos resabios bárbaros que lo empujan a la guerra y a la destrucción. A la destrucción de su propia obra. ¡Tremenda y trágica paradoja!”
Sobre la distribución de la riqueza
”En otro sentido también los adelantos de la técnica han venido a constituir un peligro para la especie humana. Me refiero no sólo a los accidentes del trabajo, a las enfermedades profesionales, a la insalubridad industrial, o sea a los riesgos comunes creados por la maquinización de las grandes fábricas y por las grandes concentraciones urbanas, sino también a los desequilibrios económicos y a la inestabilidad social resultante de una muy desnivelada distribución de las riquezas con sus inevitables consecuencias disolventes. En un sociedad cristiana no deben ni pueden existir clases sociales definidas por índices económicos. El hombre no es un ser económico. Lo económico hace en él a su necesidad, no a su dignidad.
El Estado no puede quedar indiferente ante el proceso económico, porque entonces no habrá posibilidad de justicia social, y tampoco puede quedar indiferente ante los problemas de la salud de un pueblo, porque un pueblo de enfermos no es ni puede ser un pueblo digno.
L a salud, repito, no constituye un fin en sí mismo, para el individuo ni para la sociedad, sino una condición de vida plena, y no puede vivir plenamente si el trabajo es una carga, si la casa es una cueva, y si la salud es una prestación más del trabajador.”
Sobre la medicina preventiva
“La medicina moderna tiende cada vez más a ocuparse de la salud y de los sanos. Y su objetivo fundamental no es ya la enfermedad y los enfermos, sino –retomando el viejo aforismo hipocrático- evitar estar enfermo o por lo menos evitar que el “estar enfermo” sea un hecho más frecuente que el ”estar sano”, y orienta su acción no hacia los factores directos de la enfermedad, los gérmenes microbianos, sino hacia los factores indirectos, la miseria y la ignorancia, en el entendimiento de que los componentes sociales: la mala vivienda, la mala alimentación y los salarios bajos, tienen tanta o más trascendencia en el estado sanitario de un pueblo, que la constelación más virulenta de agentes biológicos. Los microbios han sido de un modo u otro dominados por la ciencia y no son ya tan temibles adversarios, comparados con el nuevo espíritu maléfico que juega entre las cifras demográficas de nuestro tiempo detrás de las enfermedades degenerativas o invalidantes, las cuales aumentan día a día, hora tras hora, como consecuencia del progreso y de la vida antinatural en que nos envuelven el urbanismo, el llamado progreso y la carga de males que es el precio que hay que pagar por la civilización.
La medicina debe no sólo curar enfermos, sino enseñar al pueblo a vivir, a vivir en salud y con optimismo para que la vida se prolongue y sea digna de ser vivida, de modo tal que todos tengamos la posibilidad de alcanzar como una bendición de Dios, la muerte de los justos, que es la muerte natural.”
Medicina social
“La tarea de los higienistas no rendirá sus frutos si previamente no se consolidan las leyes obreras destinadas a dignificar la tarea en las fábricas y oficinas, a mejorar los sueldos y salarios, a ampliar los beneficios de las jubilaciones y pensiones que amparen a la familia, si no se protege y subsidia a la maternidad, se planifica la vivienda higiénica al alcance de todos y se organiza la economía nacional con sentido biológico, en una palabra hasta que el nivel de vida del pueblo le permita llegar sin esfuerzo a las fuentes de la cultura y de la higiene, es decir a los auténticos sostenes de la salud física, espiritual y social”.
¿De qué le sirve a la medicina resolver científicamente los problemas de un individuo enfermo, si simultáneamente se producen centenares de casos similares de enfermos por falta de alimentos, por viviendas antihigiénicas, o porque ganan salarios insuficientes que no les permiten subvenir debidamente a sus necesidades? ¿De que nos sirve que se acumulen riquezas en los bancos, en pocas manos, si los niños de los pueblos del interior del país andan desnudos por insuficiencia adquisitiva de los padres y tienen así que soportar índices enorme de mortalidad infantil, del 300 por mil, como ocurre en algunas mal llamadas provincias pobres que yo llamaría más bien, provincias olvidadas?”.
Atención materno-infantil
Las cuestiones vinculadas a la madre y al niño, por ejemplo, prueban que se trata de problemas que deben ser resueltos, más con un sentido, médico-social, que técnico-profesional. A los fines de la salud pública, es más importante proporcionarle a la madre los medios para que, una vez que tenga el hijo, pueda defenderse de las contingencias posibles, o bien proporcionar al padre, junto con el sentido de la responsabilidad, los medios materiales para atender al nuevo hijo. Todo ello vale más que rodear al parto de lujos sanatoriales, que de hecho y biológicamente son menos indispensables”.
Sobre la burocracia
“Siempre los técnicos hemos tenido graves inconvenientes para entendernos con los administrativos y ellos con nosotros. Pero esa falta de recíproco entendimiento, esa guerra sorda entre la administración y la medicina, parece que no es privativa de nuestro país. Evidentemente existe en todos los países....
Aquí en nuestro Ministerio y aún fuera de él – allí donde existen médicos versus administrativos no médicos- vivimos en una especie de plaza de toros. Las enfermedades y las epidemias simbolizan el toro que se nos viene encima; los administrativos y los contadores son los maestros que nos dictan cátedra, de acuerdo a la ley de contabilidad, pero del toro sólo tienen vagas noticias por los rumores que les llegan hasta sus cómodos despachos; nosotros los pobres médicos somos los que tenemos que poner las banderillas al toro o matarlo. El público grita, protesta y nos exige que hagamos la faena; y ¡Dios!, ¡si sabremos lo que eso nos cuesta!”.
El llamado de Carrillo
“También es necesario que comprendamos todos, no solamente los médicos, que la Nación no reside exclusivamente en nuestros campos, en nuestros cereales, en nuestros maizales, ni reside en la pureza de la sangre de nuestro ganado, ni en los depósitos bancarios ni en las industrias, ni en tantas otras cosas materiales de las que estamos tan orgullosos.
Aceptaría que la Nación está en gran parte de nuestra geografía, en nuestra historia, en nuestros emblemas y tradiciones. Pero ni siquiera podríamos hacer residir a la Nación en las ciudades, por bellas que fueran, en los monumentos, en las plazas, porque todo nace y termina en última instancia, en una sola cosa: en el hombre, y más específicamente en el hombre argentino, que fue capaz de fertilizar esos campos, de criar ese ganado tan puro, de levantar esas ciudades, hacer la historia y crear los emblemas y tradiciones. En ese hombre está la verdadera riqueza, la verdadera Nación”.
Bibliografía:
“Ramón Carrillo, el fundador del Sanitarismo Nacional”. R.A. Alzugaray. T. 1. Centro Editor de América Latina. 1988
“Teoría del Hospital”. R. Carrillo. Edic. 1951 |
Destacados
Hemos recibido 14100309visitas Hay 15 visitantes en línea |