Cuentos » La Huida - Cecilia Calvi

Última actualización: 28/04/2009
Todo comenzó con un planteo existencial, pocos lo sabían, pero a la hora de la verdad nadie puso en duda ni siquiera los motivos de la huida.
Como suele pasar en Buenos Aires, abril refleja un gris generalizado, del que aseguraría mucho tiene que ver con las almas solitarias de esta ciudad. Sonia, encerrada en su mundo, solo podía captar alguna de las tantas bocinas que transitaban por la avenida... lo sabía, era el momento de poner todo en la balanza, se sentía encerrada y presa de una decisión que ni siquiera sabía hacia donde la llevaba. Como tampoco sabía a donde la conducían unos pies largos y fríos que crujían las hojas secas y amarillentas de una plaza que imponía un otoño rotundo. Estaba a punto de tomar la decisión más importante de su Vida.
No era la primera vez que su intuición le decía que algo andaba mal; recuerdo cuando me dijo “ni siquiera me escucha, creo que no me necesita”. Pero Sonia guardaba aún mucha paciencia.
Las cosas habían cambiado, de niña era una verdadera payasa, siempre rodeada de espectadores que no escatimaban elogios por el show ofrecido. Hoy lo pienso y me emociono, era una chispita a quien le gustaba sonreír y era en este entonces, cuando Sonia tocaba el cielo con las manos, un cielo que solo ella puede conocer...
Era difícil ganarle, Dios le había regalado una capacidad de crítica increíble y una dosis de sensibilidad innata, muchas veces hasta ingenua. Sin embargo se sentía tremendamente sola, haciendo esfuerzos para no pelearle a ese manojo de huesos que le tocó en suerte. Sobre todo en los momentos que se negaba a escucharla y creo que en definitiva fue esto lo que marcó su huida.
Una huida salvaje, y aunque todos lo tomaron como una evasión a la vida, yo sé que esa fue la primera decisión que tomo por cuenta propia. Tenía razón cuando decía que no le daba un lugar. Y pasaba noches tratando de completar un vacío austero que sin medir ni midiendo consecuencias comenzaba a camuflar los sentimientos más puros de Sonia.
Como tenía la virtud de mezclar lo científico con lo emocional para llegar a sus conclusiones podía hablar de cualquier tema, si no lo sabía lo inventaba, y aunque no siempre fueran creíbles sus palabras y se tenía la grata sensación de haber compartido mucho.
Sonia no se podía ver con la simple vista, claro. Era más fácil y hasta más concreto sentirla, se confiaba de expresar su opinión a través de los ojos, que siempre fue la única puerta abierta a los demás. Fueron muchas las veces que se sintió agredida sin motivo, pues no había aprendido a librarse de la necedad que siempre la tomaba de improviso. Me extrañaba que no pudiera defenderse, nunca me animé a preguntarle el porque de esta actitud, pero seguramente hubiera dado una respuesta filosófica.
Cuando los cuerpos se dedicaban a descansar, por lo menos el suyo, Sonia salía con mucha calma para no despertarlo, hacía uno de sus viajes, algunos mas lejos de lo imaginable, era libre, se inmiscuía donde quería porque era muy curiosa y sólo a la hora en que debía volver, hacia brillar su señal para indicar que todo estaba bien, así esperaba conforme los imprevistos del día.
Debo decirlo, Sonia se sentía muy atada a ese estuche -así lo llamaba ella- que se volvía cada vez más terco, que había decidido guiar su vida por sus intereses materiales, convirtiéndose en un arrogante, un ególatra, desplazando cada vez mas la esencia para la que había nacido, era un asunto complicado, lleno de contradicciones, un cuerpo atado a los status y Sonia atada a sus decisiones, cada vez mas intolerantes.
Sin embargo Sonia hizo caso omiso de sus órdenes y por unos días abandonó esos viajes que la hacían tan feliz, así su cuerpo no se sentía tan solo y evitaba las incontables lágrimas en la almohada. Porque créanme que hasta el más necio y torpe de los humanos puede intuir a Sonia claro que siempre cabe la elección de taparse o abrirse los oídos.
Como los que tienen ideales arraigados, repudiaba las jerarquías sociales, esa clase de autoridad disfrazada, un dominio implícito sobre el otro, la necesidad que opinen todos igual y un miedo idiota al error humano, como si no formase parte de lo predecible.
Sonia extrañaba su lugar en la vida, las cosas empezaban a empeorar, ni siquiera podía opinar, le sobraba el tiempo porque ya no la tenían en cuenta. Un sentimiento perverso se adueñó de ella, quería huir, luchaba por no sentirse así, pero no hubo forma, era inevitable...
Aún hoy muchos se preguntan porque huyó sin dejar señales, una pregunta que solo ella puede contestar.
En los últimos tiempos había caído en un círculo de resignación, se veía cada vez mas recluida, mas limitada, sin garantías para creer, para cumplir con el mejor de los propósitos que tenía encomendado: superar la tentación de lo banal, de lo superfluo, del bienestar pasajero. Y esos ojos se tornaban cada vez mas fríos, sin ningún presagio de luz; a punto de cruzar la peligrosa raya y encontrarse una mañana con la imagen de un ser vacío, sin brillo en la mirada y sin motivos para terminar o volver a empezar el día.
Con la huida de Sonia muchas cosas se fueron detrás, fuimos muchos los que esperamos su regreso, pero no hubo señales y dentro de nosotros una ausencia irreparable empezaba a tener sentido, mucho mas que un simple hueco de sentimientos. El día que se fue, guardó todas sus cosas cuidadosamente, fue tan rápido que nadie lo notó. Todos se encargaron de repartir culpas y al final de cuentas Sonia no volvía.
Una espera agonizante, se la sentía nombrar en todos lados como si fuera un fantasma de luz, pero nadie mencionó su nombre en voz alta, tal vez por culpa o dolor, quién sabe, Sonia despertaba muchos sentimientos... y la incoherencia de una vida sin alma acababa de ganarse un cuerpo más. A veces me consuelo pensando que se fue a ser feliz, otras veces me la imagino paseando por los jardines entre las flores blancas, que eran sus preferidas o sentada en el banco de una plaza mirando como comienza a llenarse de brotes el rosal.
Han pasado muchos años y con un dejo de tristeza, veo muchos humanos sin “su Sonia”, esa que se encarga de darle sentido a la locura cotidiana, porque sin ella esa locura se adueña de la torpeza, se alimenta de la insensatez y del infame dolor. Y al dar vuelta la hoja se vuelve tirana.
Entonces ¿Cuál es el sentido de una vida sin alma?
Es cuestión de sobrevivir como sea de sentir a la ilusión y los sueños como un imposible eterno. Sonreír con esfuerzo y no detenerse a escuchar, tomar la vida como un contrato sentenciado a la fatalidad.
Será porque se compromete mas el que vive de sueños, al que le sobran motivos para sentirse humano y encontrarse todos los días con el presente a punto de empezar, como si toda la magia se encontrase en el desayuno caliente de una mañana fría, y eso sí, lo infaltable de un beso incapaz de decir no, la certeza de haber ofrecido lo mejor, archivar la factura que dejó el pasado y sentirse parte de la inmensidad.
Pero de algo estoy segura, solo aquellos que aceptan el desafío que el alma les impone sin piedad, logran el milagro de la vida.
 
Cecilia Calvi – Buenos Aires
Nota: escrito en 1995, cuando la autora tenía 18 años de edad.

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