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Última actualización: 23/05/2010

 

Cultura Matrística y Juego
 
…si la Historia la escriben los que ganan,
 eso quiere decir que hay otra Historia…
 
En más de una ocasión, he preguntado a niños y niñas de diferentes edades por qué juegan. La respuesta siempre ha sido unánime: porque sí. ¡Y claro! Sería como preguntar por qué hablamos, comemos o dormimos, por qué amamos, reímos o lloramos.
 
Porque sí. Porque es inherente a nuestra naturaleza la necesidad de comunicarnos, de relacionarnos.
 
Entendido así, el juego es, en una etapa de nuestras vidas, algo que hacemos naturalmente, una necesidad del cuerpo.
 
Pero además, tanto en la adultez como en la niñez, el juego es un modo de dialogar que ocurre en múltiples dimensiones: desde aquello que teorizamos sobre él respecto a sus connotaciones socioculturales, hasta el movimiento de los electrones y las electronas que genera el jugar, y que nos muestran la existencia de un lenguaje ajeno a las palabras: es el lenguaje de las percepciones, de las emociones, de los sentimientos y de la intuición.
 
Visto de este modo, el juego es una hebra más en la trama cultural. Cabe preguntarse entonces si es un emergente de la cultura o un generador de cultura. Es decir, ¿tiene el juego la “misión” de enseñar y reproducir un modelo cultural, o sólo nace como manifestación propia de una cultura? En este sentido también, resulta interesante indagar acerca de la clasificación de los juegos: ¿por qué juegan las nenas con las muñecas y los nenes con los autitos o la pelota?
 
Tal vez recordar nos ayude a comprender…
 
Recordando la Cultura Matrística
 
Humberto Maturana*, pensador y científico chileno, sostiene que una cultura es un modo de conversar en una población dada.
 
Son dichas conversaciones lo que nos habla de las formas de relación y el modo de vida de una cultura.
 
Estudios arqueológicos revelan la existencia en la cuenca del Danubio, en la región de los Balcanes y del mar Egeo, de comunidades agrícolas recolectoras hace seis o siete mil años atrás, que vivían sin fortificaciones y sin defensas contra acciones guerreras. Las tumbas de mujeres y de hombres no se diferenciaban entre sí, y no se hallaron signos de apropiación de la tierra ni de jerarquías en sus relaciones.
 
A esta cultura europea prepatriarcal, Maturana la llama “matrística” y describe un modo de vida, un diálogo cultural fundado en relaciones interpersonales basadas en el acuerdo, la cooperación y la coinspiración; una convivencia donde no aparece oposición entre hombres y mujeres, ni subordinación de uno al otro.
 
El vivir matrístico nos habla de una convivencia armónica con la Naturaleza y de identificación con Ella. Se caracteriza además por respetar la procreación y aceptar acciones de regulación del crecimiento poblacional, por vivir la sexualidad de mujeres y hombres como un acto de sensualidad y ternura, y por vivir lo místico como una participación conciente en la naturaleza cíclica de la vida. (Del libro “Amor y Juego, fundamentos olvidados de lo Humano”, H. Maturana y G. Verden-Zöller)
 
La llegada y dominación de la cultura patriarcal ocurre por un fenómeno que Maturana describe como “cambio en la red de conversaciones que define a una cultura”. Esta idea resulta trascendente puesto que explica un modo de transformación cultural.
 
Dicho cambio sucede con la llegada de comunidades pastoras. Este hecho introduce, por un lado, el emocionar de la apropiación; y por otra parte, el sentido de enemistad. Con el pastoreo, los humanos restringen el acceso alimenticio natural del lobo a los animales de los que ellos se alimentan, definiendo así un borde de exclusión y constituyendo un área de apropiación, a la vez que identifica al lobo como enemigo.
 
El patriarcado se expandió y sometió a la cultura matrística por medio de la lucha guerrera, el crecimiento del ganado y la explosión demográfica. Estas formas de conversación cultural conllevan otros valores y modos de relación.
 
La conversación entre lo femenino y lo masculino
 
En la vivencia matrística, al no haber relaciones de dominancia, de posesión ni de lucha, las energías de lo femenino y lo masculino se manifiestan de un modo distinto al que nos ha legado la cultura patriarcal. Mientras en esta última son vistos como opuestos irreconciliables, con la mirada matrística lo femenino y lo masculino se complementan, son aspectos diferentes de un mismo ser. Lo femenino se vincula con el sentido de pertenencia a la Naturaleza, con el cuidado y protección de la Vida, con la capacidad de crear, de dar vida, de desarrollar nuestra creatividad e intuición.
 
Es la sabiduría ancestral que nos habla de lo impredecible, es aceptar vivir sin tener el control de nada, pues el dejarnos llevar por la naturaleza cíclica de la Vida y enritmarnos con ella, nos hace libres. Lo femenino es la fuerza que nos inspira y nos mueve por los caminos que tienen corazón, es la mirada que vislumbra la magia en las señales del Universo. Es el refugio que atesora la esperanza y la utopía.
 
Lo masculino se relaciona con la autoafirmación, con la concreción de nuestros sueños y deseos, es la manera de manifestar aquella sutileza que emana la energía femenina, es nuestra singular forma de florecer. Lo masculino son las manos con las que sembramos y cosechamos, con las que moldeamos nuestra vasija, son los pies que van haciendo nuestro camino y las palabras que tejemos para decir lo que sentimos.
 
Las fuerzas femeninas y masculinas coexisten en hombres y mujeres como un Todo, una no es sin la otra. Ambas están en y son con nosotros. Y así como somos parte del entramado cultural, también ellas habitan de este modo en la cultura y en el juego.
 
Desde la mirada matrística, el juego no es una herramienta sino un lenguaje, y quizá sea el pretexto para encontrarnos, para reinventarnos. Es el espacio y el momento lúdico aquello que enciende la chispa, la magia necesaria para la creación, para iniciar un diálogo profundo con nosotros mismos y con los demás. Y al entrar en esta otra dimensión comunicacional, comenzamos a hacer visibles las redes que nos unen a todos los seres vivos trascendiendo lo Humano, comenzamos a sentir y a acariciar la esencia que nos vincula.
 
La cultura patriarcal nos ha enseñado una lógica clasificatoria, hemos aprendido a excluir eligiendo entre pares de opuestos. Nuestro femenino y masculino se han desintegrado, han sido encasillados en códigos creados por una racionalidad que muy lejos está de la racionalidad de la Vida.
 
La propuesta de la cultura matrística es entonces desandar lo andado, desaprender y cuestionar lo establecido para aprender a incluir, a integrar, a dialogar. Implica abandonar la mirada utilitaria y productiva de “lo que se hace” para centrarnos en las relaciones y en el “cómo lo hacemos”; implica vivir los procesos, disfrutar el camino y transformarnos con él.
 
Es preciso devolver a nuestro cuerpo aquello que lo hace sagrado: la armónica relación de la naturaleza femenina y masculina, restaurar nuestra integralidad y la de las relaciones que conforman nuestra cultura recordando lo ancestral de la cultura matrística.
 
Tal vez el juego pueda ser esa invitación a reencontrarnos y volver a conversar de aquello que nos une.
 
Carolina Cazaux
 
 
 
*Humberto Maturana: nacido en Chile, es médico y doctor en biología. Sus investigaciones en neurofisiología transformaron la concepción del sistema nervioso respecto a la percepción del mundo, hecho que ha sido trascendente en la comprensión de los procesos cognitivos. Fue además, el creador de la palabra “autopoiesis” para dar cuenta que los seres vivos son sistemas autónomos que interactúan en forma de red produciendo aquello mismo que origina y hace funcionar a la red.
Todo esto ha tenido importantes repercusiones en el ámbito de la biología, de la teoría del conocimiento y de las ciencias sociales.
 
 
 
 
 
 

 

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