Encontrándonos con nuestro femenino » La Salud con una mirada desde lo femenino

Última actualización: 16/06/2009

La Salud con una Mirada desde lo Femenino

 
 
La crisis actual de la salud, cada vez más evidente, no puede entenderse por fuera de la crisis de la racionalidad de la que forma parte. Los hospitales en quiebra, la ausencia de una salud pública real, el resurgimiento de epidemias que se creían superadas y el deterioro del bienestar colectivo, por ejemplo, son manifestaciones de la crisis, y no el problema en sí. Hay un forma de pensar que ya no responde a las necesidades reales de los seres humanos, que por el contrario genera más necesidades, dependencias e incapacidades, y que con esperanza, sentimos que amenaza con transformarse.
 
Esta racionalidad de la que forma parte el modelo médico imperante, es la del Patriarcado. El cual sienta sus bases filosóficas y sociales en el Mecanicismo, el Positivismo, el Antropocentrismo y el Capitalismo; e instaura como lógicas para relacionarnos entre sí y con la naturaleza, la dominación y la competitividad.
 
El Patriarcado es el modelo que hace que para nosotros sea obvio que tener dinero es un requisito indispensable para vivir; que no se nos ocurran papeles diferentes a los de ser dominadores o dominados; que creamos que para llegar a cualquier lugar hay que competir y quitarle el puesto a otro; que pensemos que es más importante tener cosas que capacidades y que las capacidades importantes son las que nos sirven para tener cosas; que estemos convencidos que el sentido de la naturaleza es la existencia del hombre, el cual tiene como misión someterla para lograr lo que desea; y que creamos que todo tiene un precio, que todo se puede cambiar, acumular, comparar, medir, dividir y reemplazar.
 
Uno de los pilares principales que sostienen esta racionalidad es la lógica binaria, es decir, la que hace que todo lo veamos como oposiciones irreconciliables, a dos tonos y en dos extremos. Es la lógica que mantiene y justifica la eliminación de unos para que dominen sus contrarios. Permite que la norma sea excluir, negar o suprimir al que está en el lado opuesto del que decide cual es el término principal o cual es el modelo esperado. De esta manera se excluye al indio, al negro, al pobre, a la mujer, al niño, al viejo, al discapacitado, porque son diferentes (al hombre blanco, rico y productivo), lo que traducido al lenguaje patriarcal, significa oponente o enemigo. 
 
Recordar que la oposición es una categoría de la mente humana y no un elemento de la realidad, es un alivio. La lógica binaria que tan orgullosamente ha impulsado el patriarcado, la ciencia y la medicina hegemónica, es una limitación de nuestra manera de percibir y no una característica de la vida.
 
Hay una dualidad que sintetiza la lógica del patriarcado y que contiene todas las oposiciones, un par de opuestos que son claves para entender lo que estamos siendo y para construir lo que queremos ser. Se trata de lo femenino y lo masculino, dos fuerzas malinterpretadas por esta racionalidad que decidió someter lo primero a lo segundo.
 
En la exclusión de lo femenino convergen todas las exclusiones; al dejar de vivirlo, nos hemos negado la dicha de sentirnos parte del Universo, nos hemos perdido de la emoción de vernos en los atardeceres, en la luna y en la lluvia, y hemos cedido la bendición de sentir que nos enredamos y diluimos en los otros. Se nos ha ido como agua por entre los dedos la sacralidad de nuestro propio cuerpo, la cambiamos por la frialdad de un cuerpo sin sentido, sin secretos y sin magia; la vendimos por un costal de normas que aparentan seguridad, con las que creemos que nos libramos de los desafíos y de las incertidumbres, y nos hemos terminamos librando hasta de la vida misma.
 
El camino hacia otro mundo posible implica redescubrir lo femenino, saldar el abismo con el que lo hemos separado de lo masculino, y así reconciliarnos con la naturaleza. Una propuesta de salud realmente alternativa requiere trascender de esta dualidad excluyente a una dualidad creadora y de la oposición a la diferencia interrelacional. Lo femenino entonces no se opone a lo masculino, son fuerzas que se equilibran; lo masculino es una dimensión de lo femenino, así como la muerte lo es de la vida, y la enfermedad lo es de la salud.
 
Conectarnos con la naturaleza significa dignificarnos, devolverle al ser humano la autonomía perdida en este viaje absurdo hacia la dependencia y la dominación. Se trata de saber de la vida por nosotros mismos, no sólo porque otros nos la cuenten; y de apropiarnos nuevamente de nuestros sueños, alegrías, necesidades, preocupaciones y motivaciones. Es necesario hacer de la propia biografía la principal bibliografía de nuestras creencias y discursos; y decidir por nosotros mismos qué es lo importante, por qué vale la pena despertar en las mañanas, qué buscamos, cómo, y para qué. 
 
Para repensar la salud, la sociedad y la vida, es necesario volver los ojos y el corazón a lo femenino, sanar la brecha que lo ha opuesto a lo masculino, y reconocerlo en nuestra propia naturaleza. Sin olvidar que, aunque lo femenino es la fuerza que nos define como mujeres, no se agota en nosotras; nos involucra, nos abraza y nos constituye tanto a las mujeres como a los hombres. Lo femenino y lo masculino son fuerzas constitutivas de la Vida.
 
Pero, ¿qué es lo femenino?. Los siguiente dones de lo femenino, nos permiten una aproximación a su significado:
 
à           Dar Vida
Mucho más que la supervivencia, se refiere al “fluir gozoso del existir sobre la tierra”. Se refiere a la capacidad de cuidarnos los unos a los otros, y de ser solidarios entre sí.
Lo femenino es impulsar o promover la Vida, que es impulsar o promover la sanación.
 
à           Tejer redes
El “Interser”, es decir, que todos somos uno y coexistimos en un continuo de la vida, que nuestro ser pertenece al ser de los demás, y que somos para, con y en los demás. En cada instante nos hacemos los unos a los otros.
Lo femenino es trascender de la reducción hacia la totalidad, y de la individualidad hacia la universalización de nuestros deseos y propósitos. Es el encuentro con “el nosotros” y con la integración. Lo femenino es darnos cuenta del mundo relacional en el que todos nos pertenecemos.
 
à           La conexión con la Vida
El reconocimiento de la sabiduría de la Vida o de la “racionalidad inherente”.
Ser conscientes de nuestra sensualidad, es decir del poder que tenemos de diluirnos en el entorno, experimentándolo con nuestros sentidos y nuestros cuerpos.
Saber ver y saber sentir, que es, contemplarnos y conmovernos.
Lo femenino es tener conciencia de la sacralidad de la naturaleza, que incluye nuestro cuerpo, y aprender a saber de las “necesidades de nuestra alma”. Redescubrir la comunión con nuestras energías creativas, tomar conciencia de nuestro cuerpo y restablecer nuestro ritmo interior.
 
à           Sentimiento e intuición, y lo Simbólico
El sentir orientando el pensar, o el pensamiento a la merced del sentimiento.
Cuando todo tiene un significado y todo nos habla de algo, vemos, reconocemos y sabemos de las “señas” del cuerpo y de la naturaleza.
Lo femenino nos aproxima a lo sutil, a sentir y a saber de lo invisible y de lo no evidente, de las relaciones y las conexiones, es decir, del sentido.
 
à           Vivir los procesos como propósitos
Aceptar la incompletud, para reconocer la plenitud y vivir la autonomía. Vivir el ahora.
Lo femenino es luchar sin objetivos y entregarnos a la Vida perteneciéndole.
 
à           La naturaleza cíclica
Reconocer que formamos parte de los grandes ritmos del Universo, aceptando la transformación permanente.
Vivir la ambigüedad, la borrosidad y lo no absoluto. En nuestro cuerpo todo es y no es al mismo tiempo. Entendemos que el poder para destruir y el poder para crear son una única fuerza, ya que ellas habitan en nuestro interior y nos constituyen.
Lo femenino es el reconocimiento del conflicto como fundamento de la convivencia, y de la enfermedad y la muerte como fundamentos de la Vida. Es entender y asumir las crisis como momentos sagrados, porque sabemos que el aprendizaje está justamente en ellos. Es aceptar la incertidumbre y lo impredecible, porque sabemos lo que es no poseer el control de un ritmo que nos trasciende, y sabemos que entregarnos a él es justamente lo que nos da el poder de formar parte del Todo. 
 
Asumir lo femenino en toda su inmensidad, nos permite redefinir conceptos básicos para la tarea de aclarar cuál es el sentido de las políticas de salud, y principalmente, cuál es la salud que queremos:
 
¿Qué es el cuerpo?
 
Nuestro cuerpo es la experiencia más universal y espiritual que poseemos, es lo más divino y lo más sagrado, es lo más propio y lo más simbólico, es la conexión más perfecta con el Universo y con el Todo. Es espiritual, afectivo, social y biológico a la vez.
 
En nuestra sociedad y en nuestro tiempo, hemos distorsionado el sentido de nuestro cuerpo y de esa manera nos perdimos de sus secretos. Hoy, nos es difícil ver su luz y escuchar su voz; confundimos su significado, y lo convertimos en una “cosa”, que se pesa, se mide, sirve y sólo vale en comparación con un modelo ajeno a nuestro propio sentir. Y es desde ahí que se entiende la salud, que se lanzan diagnósticos y pronósticos, y que se plantean las acciones y políticas de salud.  
 
¿Qué es sanar?
 
Desde la mirada de lo femenino la salud, pasa de ser una “cosa” o mercancía, expropiada de las personas y de los pueblos, que homogeniza, que excluye la enfermedad y la muerte, y que es estática, sólo individual y sólo biológica, para entenderse como un proceso en el que el ser vive su autonomía y su singularidad, que incluye la enfermedad y la muerte, y que es dinámico e integral.
 
Sanar es un proceso; no es algo que nos dan, no es algo que logramos, es el camino y es el caminar. Por eso entiendo el derecho a la salud en relación a la responsabilidad de todo Estado y sociedad de garantizar las condiciones para que las personas puedan vivir ese proceso que es la salud, para que puedan caminar ese camino; es decir, las condiciones para una vida digna. Lo crítico de la situación de salud que estamos viviendo es que no sólo no existen estas condiciones, sino que formamos parte de un sistema que nos aleja cada vez más de la posibilidad de vivir nuestros procesos, de encontrarnos con nuestro cuerpo y de apropiarnos de nuestra salud. Sanar no es depender ni controlar, sanar es asumir la autonomía y soberanía de nuestro cuerpo y nuestra vida.
 
Desde la mirada de lo femenino, la salud es un proceso de aprendizaje en el que tomamos conciencia de lo que sabemos y de lo que podemos, y la Vida es un proceso de sanación permanente.
 
En encuentros de salud de comunidades del norte de Argentina, surge el concepto de “alegremia”, como indicador de salud. Una nueva palabra que expresa la emergencia de nuevos sentidos en nuestras maneras de sentir y de pensar la salud y la Vida. La alegremia está siendo una hermosa e inspiradora manera de encontrarle nuevas relaciones a nuestros conceptos, y de llenar de nuevos motivos nuestros sueños y nuestras acciones. Entender la salud como “la alegría que se mueve en nuestra sangre”, nos aproxima a lo subjetivo, a lo no comparable y a lo propio. La alegremia surge de vivir nuestros propios procesos, de entregarnos a la Vida y de asumir nuestra pertenencia a ella.
 
Sanar con una mirada desde lo femenino, podría expresarse así:
“Danzar y crear tus propios diseños, tejer tus caminos, escribir tus poemas, cantar tus historias, pintar tu belleza y dar vida” (del libro Luna Roja)
“Empuñar la espada de tu verdad, encontrar el sonido de tu voz y elegir la senda de tu destino”   (del libro Ser Mujer)
 
 
SANDRA ISABEL PAYAN GOMEZ
Cali - Colombia
 
 
Bibliografía:
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